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Alrededor de «Manual de jardinería (para gente sin jardín)»

Mientras escribía Manual de jardinería (para gente sin jardín) hice otras cosas, casi todas legales, como escribir series de televisión, cartas a mi hijo que no había nacido y luego nació, creció, cumplió un año y dos, no se multiplicó, le compré una pala y dos termómetros, un día bebí más de la cuenta, otro día tuve mucho sueño, aprendí a dormir a ratos y a veces, me compré unas botas italianas y una Polaroid, escribí un relato donde un rebaño de humanos recorría Roma, en Madrid fue verano y fue invierno, me mudé a una casa con piscina compartida...

El tres de junio presentamos mi libro de relatos: Manual de jardinería (para gente sin jardín), en la librería El olor de la lluvia, en una tarde estupenda llena de amigos, conocidos, desconocidos, literatura y mucho cariño. Dimos abrazos y firmamos libros. Y después de las brillantes y generosas intervenciones de Matías Candeira, y de Eloy Tizón, prologuista y editor del libro respectivamente, yo ya no tenía mucho más que decir, así que leí un texto que había escrito para la ocasión y que en lugar de hablar de los diez cuentos de mi libro, hablaba de lo que había sucedido mientras lo escribía. Aquí os lo dejo para los que no pudisteis ir, y para todos lo que estabais allí, os gustó y queríais que os lo enviara. Gracias por el entusiasmo.

Aquí está. Es vuestro.

“Mientras escribía Manual de jardinería (para gente sin jardín) hice otras cosas, casi todas legales, como escribir series de televisión, cartas a mi hijo que no había nacido y luego nació, creció, cumplió un año y dos, no se multiplicó, le compré una pala y dos termómetros, un día bebí más de la cuenta, otro día tuve mucho sueño, aprendí a dormir a ratos y a veces, me compré unas botas italianas y una Polaroid, escribí un relato donde un rebaño de humanos recorría Roma, en Madrid fue verano y fue invierno, me mudé a una casa con piscina compartida, contemplé el Mediterráneo y un reality show, Europa se llenó de huérfanos y qué asco todo, subí a mi hijo en un avión y saludó a una nube, salté charcos y murió David Bowie, escuché a Bob Dylan en directo y ya no era Dylan, era su abuelo, compré libros compulsivamente y no tuve tiempo de leerlos, discutí y dejé de hacerlo, conocí a algunos idiotas y les soporté como buenamente pude, un día conocí a un hombre que solo comía claras de huevo, hablé con una chica que todo el tiempo parecía a punto de llorar y no supe qué hacer, me compré una camisa de seda y mi casa se llenó de trenes de juguetes, Madrid ya no tenía “esperanza” pero parecía que tenía futuro, la luna siempre estaba allí y el sol siempre salía por allá, perdí el olfato y ahora huelo como recuerdo que olía, estuve en un taller literario y conocí a Olive Kitteridge y a Eloy Tizón, escuché la canción más triste del mundo de la boca de Karen Dalton, que era una mezcla de gasolina y barro, parecía que me enamoraba y me desenamoraba como a ratos, compré un pato de goma, escribí un poema con un hombre sin un ojo y otro con un adolescente de Queens que se creía una poeta polaca, cociné galletas y nadé mal, escribí un relato sobre Seattle que no era sobre Seattle, el mundo seguía calentándose mientras otros se enfriaban, compré fotografías casi tan antiguas como el mundo en El Rastro, cogí trenes y constipados, leí poemas de Zagajewski y Carver, hice el ridículo de diferentes modos, no planté ningún árbol, escuché la palabra “expeditivo” y “serendipia” más de lo debido, terminé “Mad Men” y comencé “Girls”, me dejé muchas películas por ver y muchas canciones por escuchar, escribí Diario de una mujer reunida de una sentada y luego lo corregí durante muchas más, aprendí a calmarme para calmar, fui injusto y perezoso, se me ocurrió que a lo mejor la vida solo estaba bien a ratos sí y a ratos no, escribí una colección de seis libros para niños que se llama El fabuloso Mateo y alguno ya va por la segunda edición, y mientras me crecía la barba y el hijo me enteré de que existía una bebida que se llamaba Napoleón Mandarín y comprobé cómo mis amigos se llenaban de crisis de los cuarenta, tatuajes azules y amores nuevos, en general todos nos volvimos más lentos y desconfiados, estrenaron la última de Star Wars y Bob Dylan cantaba canciones de Frank Sinatra, así que parecía que todo indicaba el final de los tiempos, fui a la feria del libro y vi firmar a Risto Mejide y a Mario Vaquerizo, sin duda era el fin de los tiempos, pedí un revolver pero nadie me lo quiso prestar, dejamos de ganar Mundiales y comenzamos a tener deudas, escribí un relato y después otro, en uno de ellos se me ocurrió que a lo mejor un hombre pensaba que la vida solo es una sucesión de lavadoras de ropa sucia y en otro alguien cambiaba el orden del universo y tenía un perro que se llamaba David o Goliat, terminé el libro de relatos, di a enviar, dijeron sí, corregí, volví a corregir, comencé a escribir una película y en cualquier momento seguiré, me ofrecieron presentar Manual de jardinería en un sitio que se llamaba Gabinete de historia natural pero dudé de que la gente creyese que en realidad Manual de jardinería (para gente sin jardín) fuese eso, un manual de jardinería, y no lo que es un manual de jardinería para gente sin jardín, porque siempre creo que la gente va a malentender todo lo que hago, y por eso escribo, para arreglar malentendidos, pero es una espiral, y al final todo se malentiende un poco más, y uno ya no sabe por dónde comenzar a aclarar las cosas, soné con una jirafa que se llamaba Oliverio Girondo y con Nueva York boca abajo, me entró un virus en el ordenador y otro me metió a mí en la cama, me dijeron que en El olor de la lluvia presentaríamos el libro y yo pensé que a lo mejor pensaban que al ser una librería donde había libros de filosofía y esoterismo, Manual de jardinería (para gente sin jardín) era un manual de auto-ayuda, y volví a tener miedo de ser malentendido, me entró el pánico social, ¿Yo escribiendo auto-ayuda? Luego dejé de darle importancia a todo, invité a mis amigos, algunos dijeron que sí y otros que no, la nueva política tenía música viejísima, me pareció bien y me pareció mal, a veces me puse un poco nervioso y a veces me puse un poco azul, se acercaba el día de presentar el libro, dudé con la americana y los zapatos, a mi hijo le entró fiebre en el peor momento, “fiebre ahora no”, le dije, que voy a presentar un libro de relatos, pero no me hizo caso y ahora está en casa con treinta y ocho de fiebre, fuimos al médico y al parque, cantamos mucho, ya no sé qué, para que nos diera suerte, a mi con mi presentación y a él con su fiebre. La vida pasó, pasa y seguirá transcurriendo. Pero la literatura, fijará algunos de esos momentos, los rescatará del olvido y del polvo, los cobijará para siempre, porque quizá sea ese uno de los cometidos de la literatura: resguardar algunas cosas valiosas, retenerlas entre nosotros un poco más de tiempo para que el tiempo no se las lleve.

Y ya está.”

Daniel Monedero

Guionista y escritor

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