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María José Beltran y los riscos

UN GUION PROPIO

Es difícil compartir lo que sentí, tenía una relación íntima con ellas. […] esas torres eran humanas para mí.

PHILIPPE PETIT

(Respecto a la destrucción de las Torres gemelas)

 

Autora: María José Beltrán

 

Este es un relato de Alice Munro, que pertenece al volumen Demasiada felicidad. Está narrado en tercera persona desde el punto de vista de Sally, la madre de la familia protagonista. El título es DEEP-HOLES y la autora escribe un guion entre las dos palabras que lo forman. En cambio, en la traducción al español de Flora Casas para Lumen, el guion desaparece y el título se convierte en POZOS PROFUNDOS. El signo «-» debería permanecer, pues actúa como metáfora, lo que le transfiere una importancia mayúscula y le atribuye poder. El guion es una especie de objeto mágico. Podría representar un tronco al que te anclas y donde dejas pus raquídeo, uñas y pelo; a cambio te saca del ojo del remolino y te trasvasa a tierra. O el guion se convierte en la pasarela angosta sobre la que das traspiés, reptas, y que te libera de caer al abismo; los monstruos acechaban abajo. Con el guion, por tanto, salvas el precipicio, recibes una cápsula de cordura; el alma aproximadamente limpia. La autora nos transmite la importancia del guion muy pronto; nada más el grupo familiar llega a los riscos y se encuentra con este cartel: «PRECAUCIÓN. POZOS-PROFUNDOS». Y, acto seguido, para subrayar la idea del guion e indicar que tiene un propósito, lo pone en boca del personaje principal:

«¿Por qué el guion? Pero, ¿a quién le importa?, pensó Sally»

La historia comienza así: una familia va de excursión a los riscos de Osler (Osler Bluffs) en Ontario, Canadá, para celebrar que el padre, un geólogo, ha publicado por primera vez como único autor ―en una revista prestigiosa―, un artículo que habla de esos riscos.

La zona es mucho más abrupta de lo que Sally imaginaba y se agobia al encontrarse con cavidades oscuras, algunas del «tamaño de ataúdes» o «habitaciones cortadas en la roca»; cargada como va con un bebé de meses y la bolsa de pañales. Sus niños de seis y nueve años trotan, se toman un poco a broma las advertencias y fingen gritos de pánico.

Después de merendar, los dos hermanos se alejan ―Munro ha preparado un campo semántico ominoso, minado de negrura y peligro―, y el mayor, Kent, cae en uno de los agujeros. Consiguen sacarle con gran esfuerzo: el padre baja, carga sobre los hombros al niño desfallecido ―cuya cabeza asoma por un lado; las piernas rotas (una de ellas le cuelga rara), por el otro―; y gatea hasta la parte menos profunda de la grieta, donde Sally, desde fuera, lo arrastra a la superficie. Operan a Kent y pasa varios meses en casa, lo que contribuye a crear mayor intimidad entre madre e hijo. Entonces Sally le explica a Kent que existen unas islas extrañas, minúsculas, apartadas del mundo ―como Desolación o Tristán de Acuña―; a dónde le gustaría viajar. Y el lector percibe que las islas son para Sally algo muy suyo; que ha creado con ellas un nexo casi espiritual.

En la vida de Sally hay simas interiores. Un marido poco sensible; el rechazo que manifiesta hacia su hijo mayor, Kent (Munro lo escenifica con esmero). Y, ante todo, que el chico desaparezca voluntariamente cuando va a la universidad y acaben sin saber de él, apenas, durante años. Cuando al fin hay un reencuentro, Kent ya no es Kent; se ha convertido en una especie de isla sumergida: alguien remoto e inaccesible de verdad.

 ¿Cómo se enfrenta Sally a sus carencias? Se podría decir que con un guion «-» propio. O con un alambre de funambulista. Y también que los guiones están hechos de pequeños grandes retos incorporados a la vida diaria. Por ejemplo, cuando el marido de Sally se jubila, ella se convierte en su ayudante y es la figura que hace de escala en las fotografías que él, como geólogo, realiza. Con el tiempo, disfruta y se implica más en la Geología. Munro nos ofrece esta imagen de Sally, tan bella:

Poco a poco aprendió a observar y a aplicar nuevos conocimientos, hasta que fue capaz de darse cuenta, en una calle vacía a las afueras, de que muy por debajo de sus zapatos había un cráter lleno de cascajo

«Poco a poco aprendió a observar y a aplicar nuevos conocimientos, hasta que fue capaz de darse cuenta, en una calle vacía a las afueras, de que muy por debajo de sus zapatos había un cráter lleno de cascajo que nunca se vería y que nunca se había visto, porque no había ojos que pudieran verlo en el momento de su creación ni en el transcurso de la larga historia desde que se había formado, llenado, quedado oculto y perdido».

 Porque sí, por supuesto: hay energía en el interior de la tierra. Qué bueno que la tierra le haya cedido una simiente de su energía a Sally. Y hay mucha intensidad fuera; en nimbos, cúmulos y cirros; justo ahí. En la explosión de los bulbos; en un lirio del bosque.

 

Y en cierta lasaña precocinada y en una copa de vino. ¿Te gusta el vino?

 

 

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