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Puras anécdotas

La realidad y la ficción plantean exigencias distintas por parte de quien las cuenta y, sobre todo, por parte de quien las recibe. Lo insólito, por ejemplo, funciona muy bien cuando sabemos que es cierto pero mucho peor cuando forma parte del mundo de la ficción. ¿Por qué? Porque lo insólito muchas veces es producto de la casualidad y la casualidad, en ficción, nos da bastante rabia mientras que en la realidad, asumimos que es parte de nuestras vidas y nos queda más narices que creérnosla.

A cualquiera que haya cometido la imprudencia de anunciar públicamente –en una fiesta, en una comunión o en una boda– que es guionista, escritor o cómico, le habrá asaltado alguien con una conversación como la que sigue.

–¡Coño, eres guionista! Tienes que tener un montón de ideas…

–Sí. Bueno, no… (Murmullo ininteligible en el que tratas de explicar que sí pero no pero que en realidad tú lo que haces es trabajar dur…)

–(Interrumpiendo) Pues yo soy enfermero y en mi trabajo veo cada cosa. Si me pagas una pasta, te cuento y escribes un guión.

No tiene por qué ser enfermero. Tu interlocutor puede ser piloto de autogiro, domador de zarigüeyas o fresador de mancuernas pero, casi siempre, pertenecerá a un oficio con contacto frecuente con el ser humano y una perspectiva insólita sobre el mismo, producto de la abundancia de drogas, la altitud de vuelo o la dureza de las mancuernas.

Ojo, que nadie me entienda mal. Me declaro forofo incondicional de las perspectivas insólitas y nada me produce más placer que coger de la mano a un profesional del vuelo de autogiros y que me cuente las vicisitudes de su quehacer diario. De verdad.

Pero hay varios errores de concepto detrás de esa “pick up line” y me gustaría desmontarlos aunque sólo sea para que en la boda de mi prima Irene, podamos reorientar la conversación de otra manera.

Por favor.

Primer error de concepto. Ningún guionista puede pagarte una pasta. Eso es ciencia ficción. Los guionistas no tienen pasta y los que la tienen no se la gastan en documentarse, basta con encender la tele para constatarlo. Así que no, no te voy a pagar una pasta pero me parece bien que me cuentes lo de las mancuernas porque así no tengo que fingir que bailo y porque mancuerna es una palabra graciosa. Punto.

Segundo error –y este es el más importante– las anécdotas no son un gran punto de partida ni para la narrativa ni para el humor. Las anécdotas son una gran forma de que a ti y a mi, oh, eminente domador de zarigüeyas, se nos haga corto ese periodo de tiempo que en las bodas se llama “sobremesa” y que, en realidad, abarca dos eras geológicas y media pero –no nos engañemos– la extracción de un calabacín del recto de un sacerdote muy mayor no es suficiente punto de partida para un largometraje, mucho menos para un monólogo.

¿Y por qué? Pues porque la realidad y la ficción plantean exigencias distintas por parte de quien las cuenta y, sobre todo, por parte de quien las recibe. Lo insólito, por ejemplo, funciona muy bien cuando sabemos que es cierto pero mucho peor cuando forma parte del mundo de la ficción. ¿Por qué? Porque lo insólito muchas veces es producto de la casualidad y la casualidad, en ficción, nos da bastante rabia mientras que en la realidad, asumimos que es parte de nuestras vidas y nos queda más narices que creérnosla.

Así, si un día te cruzaste con la hermana gemela de tu zarigüeya y, al verse, las dos defecaron de forma perfectamente sincrónica, has vivido una gran anécdota que, sin duda, hará las delicias de todos los comensales de la boda de mi prima Irene (especialmente si esperas a que hayan terminado de comer) pero si yo lo escribo en una película todos dirán –Vaya, eso no parece muy creíble– y volverán al canal donde ponen Spiderman porque, hey, la ciencia no ha demostrado aún lo que te pasa si te pica una araña radiactiva y eres un cruce único entre empollón, pringado y tío bueno.

El otro problema es que un largometraje o una novela muchos minutos de narración y para eso, necesitas un personaje capaz de tomar decisiones, asumir las consecuencias de éstas y luego luchar contra la adversidad. Necesitas una ficción organizada dramáticamente de una forma que enganche al espectador: de menos a más, alternando acontecimientos positivos y negativos… Y ¿sabes qué? La realidad casi nunca viene organizada de esa manera porque, si lo hiciese, seguramente estaríamos todos muertos a la altura del segundo punto de giro.

El último factor –y para mi este resume los dos anteriores– es que el humor es producto de una técnica muy elaborada que convierte un hecho aislado (tu anécdota) en algo reconocible universalmente (la premisa) y le añade un desenlace (el punch) que hace que todos descubramos una verdad original e insólita hasta entonces.

Por eso, querido coloproctólogo, la próxima vez que te acerques a un guionista para contarle anécdotas de tu trabajo, recuerda que lo más probable es lo que lo único que haga sea escribir una entrada en un blog con un montón de objeciones teóricas sobre las diferencias entre historias y anécdotas.

Malditos guionistas. No deberían invitarles a las bodas.

Jaime Bartolomé

Guionista, director de cine y colaborador de RELEE

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