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Verdad y dolor

La comedia es verdad y dolor. O dicho de otra manera, para que algo nos resulte cómico, alguien tiene que sufrir y tenemos que sentir que, de alguna manera, su sufrimiento nos revela alguna verdad oculta sobre el universo, la sociedad o incluso nosotros mismos.

Hacer teoría del humor es bastante complicado. Cada vez que alguien encuentra una regla, alguien encuentra una excepción y, cada vez que esa excepción se discute, un tercero encuentra una forma de sacar de quicio a los dos anteriores; muy divertido todo pero francamente poco resultón.

Lo cierto es que a mi quienes mejor me han explicado el humor han sido John Vorhaus con su libro Cómo orquestar una comedia (lo del sentido del humor de algunas editoriales con los títulos lo dejamos para otro día) y Carlos Ramos, monologuista, e improvisador, en sus estupendos cursos para futuros monologuistas, en los que cita al primero pero en los que, además, lo pone en práctica y lo repite hasta conseguir que todos resultemos razonablemente graciosos.

Los dos maestros parten de la misma idea básica: la comedia es verdad y dolor. O dicho de otra manera, para que algo nos resulte cómico, alguien tiene que sufrir y tenemos que sentir que, de alguna manera, su sufrimiento nos revela alguna verdad oculta sobre el universo, la sociedad o incluso nosotros mismos.

La exagerada vida de Martín Romaña es divertida porque al pobre Martín le pasan todo tipo de desgracias a lo largo de su viaje por Europa. Pero también lo es porque en muchas de sus desgracias descubrimos terribles verdades sobre la izquierda en los años 60, la vida del emigrado, las relaciones de pareja con su Inesita y, en general, sobre el ser humano como pozo de miserias y complejos.

El infarto de Casciari es muy divertido porque sufrir un infarto en una ciudad en la que no vives es una experiencia terrorífica pero leer a alguien que lo ha sufrido y dispone de la suficiente inteligencia como para destacar el absurdo que subyace detrás, es una de las experiencias más maravillosas de la vida. (Si alguien no ha leído a Casciari y no sabe de qué carajos de infarto hablo, que deje de leer ahora mismo y haca clic en el enlace so pena de perderse al gordo más divertido a ambos lados del atlántico)

¿Reírse de un infarto? Sí, un infarto es materia de chiste a condición de que a) el protagonista sobreviva b)sea un infarto del que podamos aprender algo más interesante que las últimas técnicas de angioplastia.

Piensen por un momento en la guerra de Gila. ¿Cómo no va a ser materia de risa un infarto cuando un país recién salido de una guerra civil era capaz de reírse con una guerra donde los cañones no tenían agujeros y los soldados corrían con las balas hasta donde estaba el enemigo?

La magia de la literatura es que nos permite reírnos en primera persona, viajar hasta el sitio donde estaba el tipo al que le dio el infarto y quedarnos ahí, el rato que haga falta, para ver verdades que “desde fuera” lo mismo nos habríamos perdido. Por eso, valoro tanto al escritor que, como Casciari, consigue hacernos reír desde dentro de sus personajes. Porque reírse mientras lees un infarto en primera persona requiere un talento especial para dosificar la empatía, un talento del que, si a todos os parece bien, hablaremos más adelante.

Jaime Bartolomé 

Guionista, director de cine y colaborador de RELEE

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