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Un spa verbal

Apostar por una presentación es una muestra de fe. La vida de las personas suele viajar en un tren de alta velocidad, y el acto de sentarte rodeado de libros, a hablar del de uno mismo y ante público, requiere una bicicleta de paseo.

La presentación en Valencia de mi libro de relatos comenzó el pasado viernes por la tarde, en la librería Bartleby, y terminó, casi veinticuatro horas después, en la playa de la Malvarrosa. Hay una foto que lo testimonia. Una imagen de mi editora con el mar a su espalda, una línea azul, delgada, no más que el trazo de un rotulador de punta gruesa. Esa fotografía la saqué yo, con la luz que da el sol una tarde de invierno a las cinco, despidiéndose del Mediterráneo.

Apostar por una presentación es una muestra de fe. La vida de las personas suele viajar en un tren de alta velocidad, y el acto de sentarte rodeado de libros, a hablar del de uno mismo y ante público, requiere una bicicleta de paseo. Podría decirse que es una escenificación del amor. De quien ha escrito el libro, de quien lo ha editado y, también, de quien quiere leerlo. Esa es una parte de la literatura, una escenografía en la que el amor va entrando y saliendo, extendiéndose, entrelazando vasos comunicantes, y haciendo que aparezcan meandros igual que cuando untamos mantequilla sobre un trozo de pan recién tostado.

El viernes a mediodía fui a la estación del Norte a recoger a mi editora. La vi de lejos, parada frente a la fachada modernista, con el teléfono móvil pegado a la oreja justo en el momento en que sonaba el mío. Llevaba puesta una chupa de cuero negra, rockera, la que, imaginé, le pedirá alguno de sus hijos cuando dentro de unos años vayan al instituto. Todo esto: encontrarte con tu editora en una ciudad que no es la de ninguno de los dos, llevarla a tu casa, que se instale por unas horas en la habitación de tu hijo, comer juntos, tomaros una cerveza, escuchar lo último de Tulsa mientras esperáis a que tu pareja termine de arreglarse, todo eso fue como estar dentro de una película. Tiene que ver con lo que en una ocasión me contó un editor sobre la clase de relación que había entre él y algunos de sus autores (citó la palabra “familia”). Antes de ese encuentro me había imaginado que, si algún día me publicaban, viviría junto al responsable de la editorial algo parecido. Que las personas imaginemos escenarios posibles es una manera de aproximarnos a ellos. Cuando quien ahora es mi editora me dio la noticia de que me publicarían en Relee, no solo visioné el libro en la mesa de novedades. Pasaron por mi cabeza otros momentos, semejantes a los que he vivido este último fin de semana. Una presentación (en la que estuvieran un buen número de personas a las que quiero). Una librería exactamente como me la había imaginado. Una cena posterior (con copas de vino y charlas de sobremesa). Hubo, el sábado por la mañana, un sol que nos acompañó a mi editora y a mí mientras desayunábamos con canciones de Sigur Rós. Hubo, ya de tarde, un paseo por la playa. El corazón es el órgano al que más le gusta ser rebozado en la arena. Vimos a gente bañándose, alegre y haciéndose fotos; enamorados que se abrazaban; orientales alucinantes; embarazadas que llevaban a sus hijos a que escucharan cómo suenan las olas justo en el instante de desaparecer; grupos de amigos con los abrigos puestos y las miradas atentas a cualquier signo de cariño. Podría haber sido un preestreno del paraíso o, para los que somos más terrenales, un spa, un spa verbal, en el que, además de agua y tranquilidad, tuvimos una conversación en la que hablar de algo tan complejo como la escritura estuvo a nuestro alcance.

La amistad entre la editora y su autor. Escribir. Amar. Estas son las labores que me imagino haciendo los próximos años. Volveremos a la Malvarrosa. Una fotografía lo atestiguará.

Kike Parra

Escritor y profesor de RELEE

«Me pillas en mal momento» está a la venta en nuestra librería

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