Por Eloy Tizón, escritor y profesor de RELEE
Querétaro
Con todo respeto, este es mi recuerdo y homenaje para un escritor prematuramente desaparecido: Ignacio Padilla.
Hace poco se cumplió un año del día en que nuestro verano se oscureció con la noticia de la muerte del escritor mexicano Ignacio Padilla, a los 48 años, a consecuencia de un accidente automovilístico en las afueras de Querétaro, cuando un tráiler de doble remolque embistió su coche. Coincidí con él en un par de ocasiones y siempre me pareció un gran tipo, pleno de bonhomía y sonrisa pícara. La primera vez en 2009 compartimos cervezas y atardecer en una terraza frente al parque del Retiro, tras la feria del libro, junto a Neuman, Casamayor, Méndez Guedez e Iwasaki. Nos hicimos una foto todos juntos en la caseta de Páginas de Espuma, por algún sitio andará.
La segunda y última vez fue en 2014, en la FIL de Guadalajara, en México, donde él tuvo la generosidad de invitarme a participar en el Encuentro Internacional de Cuentistas. Nacho moderó la mesa redonda, de una altura teórica digamos modesta, debido al empeño de algún participante en acaparar el micro hasta casi convertir la sesión en un karaoke de lecturas, empalmando un cuento tras otro, sin pausa.
Nacho daba la impresión de vivir con las antenas desplegadas, perilla leve, gafas risueñas, entrecerrando los ojos de placer con expresión de zorro agudo. En su papel de moderador, moderó más bien poco aquella mesa redonda, permitiendo a los listillos hacerse con el control del barco, mientras él por lo bajo salpicaba las intervenciones tediosas de comentarios gamberros, inaudibles para todos excepto para mí, por tenerlo pegado a mi silla. Ese zumbido irreverente superpuesto a la retórica oficial, dicho con salero y un alfilerazo jocoso pero sin maldad, es ahora Nacho. La autopista de Querétaro, nuestra vida de feriantes, se ha tragado el resto. A todos los escritores nos aguarda en algún sitio un tráiler de doble remolque ya listo para embestirnos, de un momento a otro, en cualquier curva.