A través de los libros, escritores y lectores llevan mirándose de reojo desde siempre. Al escritor consagrado y preferido, el lector le dedica una mirada devota, ilusionada ante la nueva entrega. Una mirada que también es recelosa, por si el resultado de la lectura no está a la altura de sus expectativas. Al autor recién descubierto le regala una mirada deslumbrada y llena de excitación. ¿Dónde demonios te habías escondido todo este tiempo? Y al escritor novel le pondrá ojos de curiosidad, lo bastante indulgentes para darle el beneficio de la duda y cincuenta páginas y hasta otra novela de margen, pero con la guadaña lista para caer en cualquier momento sobre él.
Mientras tanto, de manera más o menos indisimulada, el autor tampoco pierde de vista a su media naranja colectiva. ¿Les habrá gustado el libro? ¿Habrá logrado emocionarles? ¿O, por el contario, se habrán cabreado y rebelado contra lo que consideran un sinsentido? La actitud con la que el lector se enfrenta a la lectura de esa obra que tanto le ha costado alumbrar es, de hecho, motivo de preocupación para el escritor y una de los secretos que trata de desentrañar con sus miradas furtivas desde el otro lado. La indiferencia lectora es en ese contexto, el enemigo público número uno para el escritor verdadero. En un artículo de hace unos pocos años en El País, Enrique Vila-Matas se despachaba a gusto contra ese lector pasivo y perezoso que parece imponerse en estos tiempos bestselerianos y que somete cualquier lectura individual “a la más burda lectura general, prisión de todos”. Defendía en su texto Vila-Matas a un lector activo y comprometido, y hablaba del “arte de leer”, como una tarea tan difícil como la propia escritura.
A ese tipo de lector “currante” que propugna Vila-Matas se le abren posibilidades hasta ahora inéditas para entablar relaciones con los autores, más allá de los breves saludos y felicitaciones que intercambian en las firmas de ejemplares de ferias y actos promocionales. Los nuevos tiempos y esas tecnologías que nos han traído posibilitan que esas miradas mutuas desde ambas orillas de la obra escrita dejen de ser furtivas y de soslayo para convertirse en un diálogo abierto entre escritores y lectores. Y como señala la escritora Mayte Esteban en una entrada de su blog, entre las ventajas de estos nuevos canales de comunicación figuran la posibilidad para el lector de resolver dudas directamente con el autor, quien, por su parte recibe de primera mano las impresiones del público al que se dirige. Una comunicación bidireccional que no se limita a la obra terminada, sino que también puede producirse durante el camino creativo, por ejemplo, con el adelanto online de capítulos o relatos, de manera que todo el proceso se ve enriquecido enormemente.
Un cambio en la relación que también requiere de esfuerzos por parte del autor. A él le toca ahora dar el gran paso de bajarse de la atalaya y mirar a sus lectores directamente a los ojos. Escuchar sus críticas, comentarios y sugerencias, y mostrar la humildad suficiente para tenerlas en cuenta si en conciencia piensa que pueden aportar valor sin desvirtuar su obra. No se trata de contentar al público, sino de incorporarlo al viaje de la escritura.
Raquel Lombas / Ramón Oliver
5CERO2 Comunicación