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La empatía y el humor

Mucha gente expresa su rechazo al hecho de que el humor se base en esa vieja combinación de “verdad y dolor”. Les parece moralmente reprobable que a los humanos, animalitos capaces de inventar la penicilina, poner al hombre en la luna e inventar el verbo “deconstruir”, nos dé la risa de ver a nuestro vecino caerse de culo intentando colgar un cuadro.

Al fin y al cabo –argumentan– lo suyo sería ponerse en el lugar de nuestro pobre vecino, empatizar con él, ofrecerle –¿quizás?– una bebida caliente y un ibuprofeno para sus posaderas; cuidarle y demostrar así que somos bellísimas personas y un dechado de virtudes.

Yo, sin embargo, creo que la risa es una estupenda respuesta adaptativa y que, por supuesto, reírse no es incompatible con cuidar a quien lo necesite. De hecho, creo que la risa es algo que nos hace adaptarnos mejor a nuestro entorno que otros primates y mamíferos y, honestamente, creo que no tiene nada de inmoral sino todo lo contrario.

Vamos a suponer por un momento que te llamas Rodolfo y que, en un rato entre reunión y reunión, rememoras tu propia vida. Piensa en ese día de mierda en el que absolutamente todo te salió fatal: se te reventó la lavadora, se te atascó el inodoro y, además, el coche decidió que ése era un buen día para morir y lo hizo a lo grande: explotando en el garaje y arrasando a su paso con los coches de varios vecinos. En ese momento, dudo mucho que te resultase cómico pero estoy seguro de que, con el paso del tiempo, ha servido de base para una estupenda saga de anécdotas tituladas “El día negro de Rodolfo” y ahora eres el rey de las bodas y las reuniones familiares.

¿Por qué nos reiríamos de una cosa así? ¿Acaso no tenemos corazón? En primer lugar, sí, lo hacemos porque imaginar tu cara mientras el coche explota o mientras friegas el inodoro nos encanta, pero, en segundo lugar, nos reímos también porque sabemos que te recuperaste bien de aquello –enhorabuena, Rodolfo– y que, si nos lo estás contando, es que el dolor ha pasado y, por lo tanto, hay margen para la risa y el cachondeo. Además, conseguir reírnos de eso requiere una elaboración para convertir la anécdota en chiste tal y como veíamos aquí.

Por eso es bueno ir un paso más allá y darse cuenta que la comedia en el día negro de Rodolfo radica en que ese día tan malo es un día muy malo de por culpa única y exclusivamente de Rodolfo. ¿Por qué? Porque tres puñaladas de mala suerte hacen reír a cualquiera, pero un tipo que intentando arreglar la lavadora revienta el inodoro para, acto seguido, hacer explotar su coche al intentar transportar ambos hasta el punto limpio es un tipo que debe protagonizar una novela, una serie de televisión o incluso las dos cosas.

Pero voy más allá. Incluso en el caso de tragedias colectivas como el accidente del Challenger, el 11-S o un atentado de ETA, el humor nos permite tomar distancia de lo sucedido y demostrar que somos capaces de superarlo a través de la risa. No seré yo quien diga que es obligatorio hacer humor con tal o cual acontecimiento, pero lo que sí tengo claro es que los guardianes de la moral y el buen gusto harían mejor en revisar si los Presupuestos Generales del Estado dotan a nuestros hospitales con los medios suficientes para atender a las víctimas.

Porque un chiste inadecuado no mata a nadie; unos presupuestos generales del estado, sí.

Y es que, si lo pensáis, nada nos permite asomarnos mejor a la verdad incontestable de que el mundo es una mierda y nosotros unos inadaptados, torpes y poco resultones que contemplar las consecuencias de nuestros fracasos consecutivos –perdón, quería decir de los de Rodolfo– y sus consecuencias, cuanto más dolorosas mejor, a través del filtro del humor y, por extensión, de nuestra inteligencia.

 

Jaime Bartolomé

Guionista, director de cine y colaborador de RELEE

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