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Frappuccino Unicornio

Su presencia en el mercado se limitó a menos de una semana durante el pasado mes de abril. «Disponible solo por unos pocos días: el Frappuccino Unicornio no imaginario que cambia de sabor y de color». La publicidad de Starbucks sigue en la página web de la empresa siete meses después de que el producto dejara de existir. Así, todavía podemos leer que la bebida tenía un «sabor mágico que comienza siendo dulce y afrutado para transformarse después en algo agradablemente ácido». Maravilloso. Dos estímulos diferentes (casi antagónicos) para el paladar del consumidor que tan solo tenía que revolverlo para «revelar un espectacular cambio cromático en púrpura y rosa». Ah, claro: también el carrusel de colores y la rica experiencia visual estaban incluidos en el precio. Haga lo de siempre: pida su bebida, díganos su nombre y pague; nosotros escribiremos Jesús en el vaso de plástico y, al final de la barra, verá cómo hemos hecho el resto por usted. Para confirmarlo, para zambullirse en esa sensación de automatismo, solo tendrá que beber y agitar una pajita. Todo tan mágico. Como las risas enlatadas que ríen por usted. Como el amor incondicional de un dios. Como los unicornios[1].

Uno puede encontrar unicornios estampados (cuando no suponen la propia forma en la que se ha troquelado el material) en peluches, en imanes para el frigorífico, en bolsos, en tatuajes, en pintalabios (color rosa, claro), en anillos, en tazas para el desayuno, en moldes para galletas (sí, también ahí), en percheros, en camisas (muchos, muchos modelos), en pendientes, en la empuñadura de un paraguas, en un disfraz[2], en pijamas, en zapatillas de felpa, en flotadores, en unas horribles mallas deportivas (con un acertado arcoíris que en el mundo unicornio ha de ser algo parecido a los polvos azules y rosas sobre la nata de la bebida), en gorras, en globos de helio, en carcasas de teléfonos móviles, en gominolas, en preservativos (puede que incluso sabor gominola) y también en pezoneras[3]. La oferta es casi ilimitada, y existen páginas web especializadas en artículos con la forma o la imagen de un unicornio. Además, “unicornio” ya es una etiqueta indispensable en cualquier tienda online de regalos que pretenda facilitar los resultados de búsqueda a sus visitantes. De hecho, las búsquedas del término unicornio en Internet dan una idea del carácter contemporáneo de este fenómeno: según Google Trends, entre 2004 y final de 2015, la popularidad de la palabra clave “unicornio” se mantuvo relativamente baja y estable para, a partir de enero de 2016, experimentar un crecimiento exponencial que hoy sitúa su interés de búsqueda en el nivel histórico máximo[4].

¿Por qué el unicornio? Y, por otra parte, ¿por qué ahora? Si existía alguna posibilidad para que esta profusión fuera fruto de lo aleatorio, el hecho de que haya sido precisamente Starbucks quien ha apostado por el Unicorn Frappuccino® como producto parpadeo la borra por completo. El unicornio es un ser fabuloso cuya idea surgió, probablemente, a partir de una descripción confusa del rinoceronte indio por parte de exploradores occidentales. Puede que por eso su morfología se haya movido siempre en el terreno de lo verosímil: un caballo y un cuerno son componentes reconocibles para cualquier ser humano y su unión no precisa de ningún proceso abstracto. Es decir, el significante carece de barreras porque está formulado en un código innegable, contrastado y familiar. Así, la imagen ofrece campo abierto (y sin límites) al significado: el unicornio es un contenedor apto de uso sencillo que, más allá de sus obvias connotaciones fálicas, permeabiliza sin problemas en las innumerables y diversas psiques de nuestra sociedad-mercado. ¿Podríamos decir lo mismo de otros seres que aspirasen a ocupar un lugar parecido? Desde luego, es difícil pensar en un éxito similar para unas Dagon Cookies® o un Cthulhu Frappuccino® aunque, por otro lado, sería divertido (y práctico) utilizar sus largos tentáculos en el diseño de unas pezoneras de silicona[5].

El caballito con un cuerno en la frente es, en suma, un ser fantástico que apenas se diferencia de lo estrictamente material. Así, es normal que muchos niños deseen y sueñen despiertos la existencia de los unicornios. Porque esa idea cabe en su espectro de posibilidades en la medida en que el comportamiento de un unicornio sería, básicamente, el de un caballo o un pony al que entregar todos los cuidados y mimos que las glándulas de la inocencia puedan segregar. Para convertir al ser en un objeto fabuloso está el cuerno y poco más, suficiente para aportar ese ligero cosquilleo onírico que David Foster Wallace interpretaba en los paseos por el Nadir, el crucero de lujo por el Caribe que le sirvió para hacer una crónica de algo más que un crucero de lujo por el Caribe[6]. «Lo único que le hace saber a uno que no está en tierra es cierta sensación de irrealidad al andar. En el mar, el suelo de una sala tiene cierta cualidad tridimensional y caminar exige una ligera atención que nunca hace falta con el clásico suelo plano y estático». El animal, como la estabilidad del barco ante la fuerza de la marejada, contribuye a esa experiencia hiperreal por aproximación de la imagen al objeto: el mapa es casi coincidente con el territorio, salvo acaso por la superposición de todas sus líneas en el suelo.

Por eso puede que en estos dos últimos años los unicornios lo estén invadiendo todo. Un ser no del todo extraño pero definitivamente irreal es el símbolo perfecto para rubricar la tan extendida individualidad que nos caracteriza. La nada o el vacío portan de un modo poderoso los ingredientes para singularizarlo todo. Es ahí, como en una historia fácil y benévola, donde un ser eternamente púber puede verse identificado. «A mí me ha pasado eso; parece que lo ha escrito pensando en mí», pensaría entre escalofríos el lector adolescente. Es el mismo individuo adulto que entra en cólera cuando alguien amenaza con desvelarle el final de una novela, una película o, adivinen, una serie de televisión[7]; el mismo que te pide que «respetes sus gustos» sin querer admitir que quizás a su gusto no le pase tanto (o no sea tan vinculante) como lo es su absoluta falta de criterio; el mismo individuo adulto que colorea mandalas en un cuaderno para escapar por unas horas de un mundo que no acaba de entender del todo bien. El mismo adulto que quizás se esté aproximando, a través de un proceso imparable de infantilización, a ese lugar al que sus hijos llegan desde otro lado, embutidos de forma prematura en agendas saturadas, pantalones chinos y comentarios «tan-maduros-y-ocurrentes-para-su-edad».

Unicornios, vacío e individualidad abierta a todos los públicos por medio de interpretaciones caprichosas. Unicornio es el título de un disco que Silvio Rodríguez editó en 1982. El álbum se cierra con una canción del mismo nombre. Y el unicornio, protagonista de todos sus versos es, además de un ser extraviado lejos de su dueño (el uso del pronombre posesivo mi es elocuente), de color azul y cuerno de añil[8]. Lo asombroso está en la interpretación del valor simbólico del unicornio azul. Para algunos es la metáfora (ultra-naíf, inmediata y simple) de un amor perdido; otros se quedan a medio camino y ven el fin (abrupto e involuntario a juzgar por el tono lacrimoso de la voz) de una bonita amistad; están los que resuelven el enigma del bichito de color lapislázuli refiriéndose a la inspiración que abandona al artista (la inspiración, como los unicornios, no se ha perdido porque no existe). Finalmente, algunos defienden que, claro, la letra se refiere a un bolígrafo BIC de tapa azul que Silvio no encontraba cuando iba a escribir una canción (quizás esa, que se tropezó consigo misma en el desorden). Para el occidental contemporáneo la literalidad[9] nunca es suficiente y siempre esconde un mensaje cifrado que apunta directamente al yo.

Aileen Lee es una exitosa inversora estadounidense que en un artículo de 2013 identificó como “unicornios” a determinadas empresas emergentes que estaban valoradas en más de mil millones de dólares. Cuando le preguntaron por la elección de ese nombre, dijo que «muchos de los emprendedores y fundadores [de estas empresas] tienen grandes sueños y la misión de crear cosas nunca antes vistas en el mundo». En realidad, el término se ajusta a este tipo de compañías no tanto por su peculiaridad y naturaleza casi mítica sino por la imposibilidad práctica de valorarlas de no ser por una inventiva que confía en su potencial y multiplica como champiñones su presencia en el mundo Silicon Valley. De nuevo, las start-ups son esos niños cuyas ocurrencias auguran un futuro prometedor, o esos adultos que calzan Chuck Taylor y picotean nostálgicos entre los treinta juegos preinstalados en su Nintendo Classic Mini[10].

Visto en perspectiva, los directivos de Starbucks que bautizaron al Unicorn Frappuccino® no pudieron haber elegido un nombre mejor. La sirena de dos colas que forma el logotipo de la marca cabalga a lomos de un unicornio de colores optimizados para las fotografías en redes sociales, convertida en la amazona abanderada de nuestra civilización. Sus armas: la Lluvia Azul como ingrediente compuesto, entre otros, por Polvo Ácido Azul rico en spirulina que es, a su vez, uno de los ingredientes principales junto con la Lluvia Azul. Según se aprecia en el logotipo, la sirena no necesita pezoneras con forma de unicornio, ya que su melena cubre sus dos pechos. Lo que nunca sabremos es cómo se siente teniendo bajo su culo las 410 calorías del unicornio que cambia de color y de sabor con solo agitar una pajita: un juego de niños.

 


[1] Los responsables del producto no parecían colmados de referencias fantásticas al preparar el texto de su ficha, que termina mencionando el modo que tienen de rematar la bebida con «nata montada rociada con polvo de hada azul y rosa».

[2] Si tienen interés, tiempo y la bilis bien entrenada, podrán encontrar en YouTube el video de un adolescente insoportable que acude a un Starbucks disfrazado de unicornio para comprar, horror, un Unicorn Frappuccino®. Quizás lo peor es que después de la gracia considera oportuno compartir su opinión sobre ese mágico sabor mutante.

[3] El fabricante informa que están «hechas a mano con materiales resistentes que se adaptan a las curvas y evitan las arrugas ante el endurecimiento de los pezones». Su precio es de 9,49€.

[4] Google Trends mide «el interés de búsqueda en relación con el mayor valor de un gráfico en una región y en un periodo determinados. Un valor de 100 indica la popularidad máxima de un término, mientras que 50 y 0 indican una popularidad que es la mitad o inferior al 1%, respectivamente, en relación al mayor valor». En enero de 2016 el valor para el término “unicornio” era de 12; en octubre de 2017 ya es de 100.

[5] Lo que sí está disponible es la edición Cthulhu de Monopoly, el juego de mesa. En él, el dinero ha sido sustituido por insanity points (puntos de locura) que pueden utilizarse para adquirir la propiedad sobre diferentes criaturas del mundo Lovecraft. Para que vivan cómodas, es posible construir criptas y mausoleos. También pueden hipotecarse, claro.

[6] En Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer Foster Wallace registra el comportamiento del supuestamente asentado concepto occidental de la felicidad. De paso, más allá de referirse al Nadir como un lugar hiperreal, sugiere que la superestructura en la que nos movemos ha sido construida de un modo tan perfecto y mastodóntico que, como en el caso de los cruceros, apenas deja intuir que bajo nuestros pies las olas alcanzan los diez metros. Casi nada.

[7] Existe una extensión para el navegador Chrome llamada Unspoiler. La aplicación analiza cada página web para identificar posibles contenidos destripados, sustituyendo las intolerantes revelaciones por etiquetas de advertencia que informan al usuario sobre el enorme riesgo que correría al acceder. Consumidores de Juego de Tronos: por cosas como estas no podéis negar que somos una civilización en decadencia.

[8] Hemos de entender, sin ánimo de apelar a Hegel, que el dueño de ese unicornio no debería estar tan triste, pues únicamente ha perdido su ejemplar azul de cuerno de añil. Quizás pueda seguir disfrutando de su unicornio fucsia, o de su corcel verde jade de asta carmesí.

[9] Lo cierto es que el propio Silvio Rodríguez dijo en una entrevista que «se trata de un unicornio azul que se perdió. No habla de otra cosa que no sea eso».

[10] Eso sí, la nueva versión permite disfrutar de los juegos clásicos con la calidad de audio y video que ofrece el HDMI. Además, el juego se adapta al ritmo de jugador moderno. El tráiler de la nueva consola es claro. « ¿Recuerdas cuando no podías guardar tu progreso? Usa los nuevos puntos de suspensión».

 

Jesús Barrio

Autor de «Lo que no está»

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