El verano pasado descubrí, casi por casualidad, al escucharle en la radio, a Santiago Roncagliolo, escritor peruano afincado en España. De hecho, gracias a una rápida búsqueda en internet descubrí y devoré Abril rojo y La pena máxima, dos novelas en las que el ayudante de fiscal Chacaltana, un personaje con trazos claramente humorísticos, nos permite asomarnos a los años más oscuros de Perú.
Chacaltana es uno de esos marcianos maravillosos –un funcionario honrado, pequeño, casi se diría que pequeñísimo– que conforma, muy a su pesar, un perfecto ejemplo de eso que los norteamericanos llaman un fish out of wáter. Empeñado en hacer bien las cosas, Chacaltana no entiende ni a sus superiores, empapados en corrupción y desidia hasta las orejas, ni a sus semejantes, poseídos por pasiones como el fútbol o el sexo de una forma que a él le resulta absolutamente ajena.
Chacaltana me fascinó al principio porque uno no termina de creerse que en un cuerpo tan pequeño quepan una ética y un pudor tan grandes y, más adelante, porque nos asomamos a las oscuridades que se abren a medida que descubrimos zonas grises –e incluso negras– en el propio Chacaltana. Las dos novelas se leen de un tirón y, aunque en ocasiones resultan muy duras –hablamos de una época en la que la vida humana en Perú tenía muy poco valor– también arrancan una sonrisa en más de una ocasión, casi siempre al asomarnos al mundo a través de los ojos de un protagonista tan redondo.
Traigo a Chacaltana a colación porque no hace ni dos semanas una asociación minoritaria de la Guardia Civil decidió denunciar a Netflix por la publicidad de su película Fe de etarras por una presunta “ofensa a las víctimas”. Por más que he buscado en internet, no he sido capaz de encontrar denuncias de la fiscalía o las víctimas de Sendero Luminoso contra Roncagliolo. Tampoco de los militares cuyo retrato en ambas novelas resulta cuando menos “poco favorecedor”.
Y no puedo evitar preguntarme: ¿Nos estamos volviendo gilipollas? ¿De verdad queremos prohibir la parodia y el humor en nuestra literatura, nuestro cine? ¿Queremos crear “temas tabú” con los que directamente sea imposible bromear o ironizar?
Una sociedad con tabúes no sólo es una sociedad menos libre, es una sociedad más pobre. Pero lo peor de todo es que se convierte en una sociedad donde todo el mundo vive ofendido es una sociedad donde sus ciudadanos se vuelven incapaces de tolerar opiniones diferentes a las suyas, chistes diferentes a los suyos.
Si lo único que queremos ver ahí fuera son versiones embellecidas de nosotros mismos, a lo mejor deberíamos dejar de leer, de ir al cine y de ver televisión y limitarnos hacernos selfies y subirlos a Instagram.
Jaime Bartolomé
Guionista, director de cine y colaborador de RELEE