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Cinemática IV

En el capítulo anterior, a propósito de teléfonos de ayuda:

  1. P. R. A. A. (asociación de personas en riesgo de (auto)mutilación anónimas); si alguien está interesado, puedo proporcionarle el contacto. Los visité de incógnito y fueron muy ambles. Disponen de un museo de simuladores como los que había en las autoescuelas en los setenta.

Entradilla, títulos de crédito, sintonía. Dentro.

Reseñas, tres:

Punto límite cero (Vanishing Point) (1971). Director: Richard C. Sarafian. Guionista: Guillermo Caín (Cabrera Infante).

La pasaron en televisión a finales de los ochenta. Sería inútil tratar de describir lo que sentí. Me dejó tetrapléjico. En todas las producciones que había visto hasta entonces ─westerns más o menos encubiertos, más o menos livianos─, el automóvil era el trasunto del caballo, en resumen: el medio de locomoción o, si me apuráis, una metáfora del falo del héroe, casi nunca heroína. En P.L.C., el transporte-erección adquiría dimensiones épicas.

Si en Roma la cruz supuso un símbolo de tecnología y modernidad (diseño incomparable; ahorro en sueldos de sepultureros, pues los familiares de los reos se encargaban del trabajo, o, en caso de que nadie quisiera ocuparse del fiambre, los buitres y los cuervos no hacían ascos; inversión ridícula: media docena de centuriones para controlar la comitiva, unos cuantos clavos, unos metros de cuerda, dos troncos por condenado y poco más, comparada con los beneficios a obtener: máximo temor infligido a los pueblos, creación del icono de los iconos con que reforzar la marca Roma, ¡¿uno de los primeros hitos del márquetin trans nacional?!), el vehículo lo fue en el siglo 20 para los yanquis. Sin exagerar: el Dodge Challenger, método de ejecución-inmolación del protagonista, piloto anfetamínico, veterano de Vietnam, que, guiado por su particular gurú espiritual-visionario-freak (locutor pincha discos ciego y negro en medio de parajes protestantes: áridos y arios), cruza contra reloj la ruta Denver-San Francisco y, por el camino, se transforma en la encarnación de la libertad, de la libertad esencial, esa cuyo origen patina en el hielo del absurdo.

El habitáculo: desguace, templo, mausoleo y tumba. Al ser para nada, la muerte trasciende al mártir. Una muerte lúcida por insensata, que arde en su propio combustible a fin de resonar en el vacío.

En un futuro distópico, adoradores de la momia del conductor sin nombre (aka Kowalski, Clint Eastwood utilizaría el apellido en su testamento interpretativo, dos generaciones, la de Corea y la de Vietnam, una republicana, la otra demócrata, se dan la mano) en el interior del Dodge carbonizado, mi yo distópico entre ellos; rezo más alto que nadie.

Kowalski, Vanishing Point, Kowalski, Vanishing Point, Kowalski, Vanishing Point… cantaban Primal Scream y el estribillo rascaba a saltos periódicos como una muesca en la correa de distribución de la conciencia.

Show me how to live, Audioslave, homenaje en vídeo.

Hay otro Kowalski: Stanley. Nota para post futuro: Cine y tranvías o trenes o trolebuses o jardineras (pagodas sobre raíles que recorrían Madrid en los años cincuenta. Desde que Ángel Salazar Flores, una de las mejores personas que conozco, me contó cómo viajaba por la cara, haciendo equilibrios en el estribo, recolgándose de los pasamanos laterales, atento a los dátiles codiciosos de los carteristas, sueño con hacer lo mismo).

¡¡¡¡¡Esteelaaaaaaa!!!!!

Crash (1996). David Cronenberg. Asepsia, deshumanización, funeral de la empatía.

No hay nada tan suave como el tacto de la pintura metalizada. Ninguna feromona comparable a los efluvios de la tapicería a estrenar. Los pliegues de los tiradores cromados, las formas surrealistas de la carrocería donde predominan las geometrías cambiantes que imitan a caderas, glandes, pezones y muslos, el lubricante que rezuma por los poros de la goma y la sincronía del ballet que ejecutan las piezas del bloque: afrodisíacos de cadena de montaje.

Los robots jamás pierden la fe. Los muñecos de carne, carentes de afectividad, menos incluso.

Al desaparecer la emoción, quedan el plástico, el acero, la fibra de carbono y los instintos; los instintos y las chispas de la razón y el acelerador y la curva y el quitamiedos que siega las cabezas de los pasajeros del cupé descapotable. Y tú, que apartas la mirada hierática del desastre sólo porque eres consciente de que te apetece seguir mirando.

Seguir mirando.

Coches aparcados a medianoche, vaho en las ventanillas, murmullo de canciones en la radio (notas ahogadas por cojines gigantes), alguno de nosotros en el interior, en algún momento. Ya no se ven tantos cristales nocturnos empañados. La gente prefiere tálamos confortables, el estado del bienestar y sus pesadillas.

Seguir mirando.

Azotes de una alfombrilla enrollada en unas nalgas desnudas. Seguir mirando. Los relieves del caucho se marcan en la piel blanca, suave, virgen; tallan puntos rojos y líneas que componen una exhortación que se repite, Braille para la libido: sigue mirando, sigue acariciando.

Locke (2013). Escrita y dirigida por Steven Knight, casualmente guionista de Promesas del Este, de Cronenberg.

Tom Hardy rasga la madrugada en un útero con climatizador, tracción a las cuatro ruedas y GPS. El amanecer se intuye al otro lado de la historia. El alba, espacio místico de la paternidad, de una paternidad que es maternidad a un tiempo, puesto que a ella se encomienda el protagonista por imperativo de un encuentro furtivo del pasado y de los fantasmas de juventud. Una fuerza que le arrastra a abandonar su antigua vida, autosuficiente, sacrificada a la rutina, cuyos cimientos puede que no sobrevivan a las primeras caricias del sol.

El todo terreno perfora la noche al encuentro del padre, mientras la curación de unas heridas precipita que otras se infecten. Un único actor. Decorado: las luces de la urbe infinita en la que se han convertido algunas regiones de Occidente y valles de tapicería y montañas-reposacabezas y llovizna de limpiaparabrisas; sicoanálisis de manos libres. Vegetación: no comparece ni se la espera.

Una experiencia mesmérica.

Continuará…

César Sánchez

Autor de “De Vicio”

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