Soy un adicto a la basura. Cada vez que termino un libro de uno de esos autores que se consideran imprescindibles: Joyce, Carver, Tolstoi, Borges y cualquiera que haya publicado en la editorial Relee, tengo que devorar varias novelas de esos otros a los que los entendidos contemplan con desdén y a los que los lectores adoramos. Si me dieran a elegir entre Philip K. Dick y Kafka, no titubearía. Lo siento por usted señor Samsa. Ya veis, de tanto chapotear en la ciénaga, el barro me anega el cerebro. No pienso en castellano, pienso en lodo y sanguijuelas.
Los escritores imperfectos poseen algo de lo que los genios carecen: la frescura del intento. Quizás por esa razón sean tan populares. ¿No es la vida la crónica de un fracaso anunciado? Cuando los expertos tachan a alguien de pretencioso, corro a adquirir sus obras. Me siento identificado con los que, tratando de acariciar las nubes de lo sublime, se sumergen en el abismo del ridículo, con quienes tropiezan una y otra vez por haberse puesto el listón demasiado alto. Amo el error, el fallo, la cagada. El truco consiste en fijarse en el listón, allá entre cirros y nimbos, y olvidarse del más que previsible descenso a los infiernos.
¿Por qué los defiendo, si muchos de ellos gozan del beneficio de las ventas? La razón es sencilla: a los adictos a la mierda, nos gusta llevar la contraria; y este es el mejor lugar para hacerlo. En un blog de fanáticos de la ciencia ficción, el post sería distinto, sin dudarlo. Así, sin ir más lejos:
Soy un adicto a la ambrosía literaria. Cada vez que termino una obra de Asimov, Corín Tellado, Silver Kane o José Mallorquí, tengo que devorar varias novelas de esos autores aclamados: Joyce, Carver, Tolstoi, Borges y cualquiera que haya publicado en la editorial Relee. Si me dan a elegir entre Kafka y Arthur C. Clarke, no titubeo. Lo siento por usted míster Hal 9000. Leo textos perfectos para salir de esta vida acotada, para evadirme de la chapuza propia y general.
Cuando alguien, un amigo principalmente, afirma que tal o cual clásico está sobrevalorado, que no se entiende nada, o que se entiende demasiado, corro a adquirirlo. No tiene sentido aferrarse al barro, cuando el cielo está al alcance.
¿Por qué defiendo a los que no necesitan defensa? El mundo, en ocasiones, tiende a olvidarse de quienes apuntaron a las estrellas; si miras el dedo durante mucho tiempo, la mano desaparece.
Además, a los adictos a la literatura de categoría nos gusta llevar la contraria tanto como a los fieles a la basura. En eso, nos parecemos como rebanadas de pan de molde de cualquier marca blanca de supermercado de barrio.
César Sánchez
Autor de “De Vicio”