fbpx

BLOG

talleres_literatura

Antes de que llegue la noche

Escribimos bajo la sombra de nuestra fragilidad. Esa fragilidad puede ser todo aquello que nos asusta. Si fuera un personaje de película de suspense y nosotros los protagonistas, seguramente que nos acercaríamos a él con cautela y por la espalda, procurando que no crujiesen las ramas bajo nuestros pies.

Escribimos bajo la sombra de nuestra fragilidad. Esa fragilidad puede ser todo aquello que nos asusta. Si fuera un personaje de película de suspense y nosotros los protagonistas, seguramente que nos acercaríamos a él con cautela y por la espalda, procurando que no crujiesen las ramas bajo nuestros pies. ¿Y después, qué ocurre cuando ya se ha escrito sobre lo que asusta? Pues que no te pierde de vista. Incluso cuando uno se sube a un tren que le llevará a la ciudad donde va a presentar su libro —y va interiorizando ideas y frases como: “El libro ya no es mío, sino de los lectores”, “Ya no puedo hacer nada” o “La escritura de esta novela ha sido un ejercicio de catarsis”— incluso, digo, cuando hace todo eso, no consigue darle esquinazo. Se es frágil ante lo que nos importa y ante lo que nos puede herir (más o menos a partes iguales). Eso es algo con lo que todo escritor ya contaba. Igual que se sabe que habrá un día (o varios) en el que solo habrá media docena de personas en tu presentación. Por eso, el amor (o como se le quiera llamar) acaba salvándolo todo.

Thomas Bernhard dijo que el hombre, por naturaleza, está sediento de amor y de cariño, y que si le privan de esto, por mucho que diga que es un ser frío, le golpea con toda dureza. En los últimos seis meses he asistido a más presentaciones literarias que en el resto de mi vida: de personaje secundario, de principal, de acompañante o admirador. Estos actos son como festejar el solsticio de verano: prender una hoguera en la noche de San Juan con el propósito de proporcionar más fuerza al sol. Para alguien que va a presentar su libro —lo digo por experiencia y porque así me lo han contado bastantes autores, por no decir todos— viene a significar lo mismo. En un momento esa persona y su libro se vuelven el centro de todas las miradas. Y las miradas, como sabemos, prenden fuegos. Son unas transmisoras fantásticas de los sentimientos. Quienes hacen acto de presencia te quieren (no es hora de dudar), te lo dicen, de una manera u otra, siempre, empezando por los ojos. El autor del libro se coloca frente a esos lectores a los que pone rostro, voz, nombre. Amigos, madres, padres, editores, hermanos, parejas, tías, libreros, hijos, lectores, compañeros, todos tienen cabida en su particular álbum Hoffmann repleto de belleza. ¿Y no es esta una manera de materializarla? Byung-Chul Han, escritor coreano, señaló que “La belleza es el acontecimiento de una relación. La belleza de una cosa sólo se manifiesta más tarde, a la luz de otra cosa, como reminiscencia”. Si algo no podemos achacarle a un escritor el día en que presenta su libro es falta de valentía para enfrentarse a lo bello y, a la vez, a la fragilidad. De ir a buscar ese encuentro. Para unos seguirá siendo una perdida de tiempo, mejor dicho, algo que impone el mercantilismo, algo por lo que se tiene que pasar. Para mí es un acontecimiento tan cargado de significado que lo equiparo al acto de fe que el responsable de la editorial adquiere como suyo en el momento en que decide publicarte. Es nuestra mejor versión de acompañantes de nuestro libro. No porque hacer lo contrario pueda da a pensar que “eso no va conmigo”, sino por el papel que las personas tienen con los libros. No solo el de lectores. El escritor malagueño Felipe R. Navarro lo expresa con precisión: “Estuve hablando de mi libro, yo había ido allí para hablar de mi libro. Pero no fue eso lo importante. Lo importante fue la gente con la que hablé del libro. […] Miraba sus ojos iluminarme, traspasarme, rebuscarme, y veía los ojos de quienes están inteligente y emocionalmente infectados por la literatura y de pronto reconocen a un semejante”.

Vanidad. Soledad. Vacuidad. Tantos nombres acabados en ad y que no nos gustan. Cualquiera de ellos podría aparecer un día ante nosotros si desviásemos el haz de luz hacia la trastienda. Pero hagamos como Caravaggio. ¿No son genialidades sus claroscuros? ¿No se concentran en la parte iluminada toda la fuerza y la belleza de sus obras?

Amar y compartir la experiencia de amar ya no es revolucionario. O eso dicen.

Kike Parra

Escritor y profesor de RELEE

Su último libro «Me pillas en mal momento» está a la venta en nuestra librería

 

Comparte

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.