Al final, supongo que tenían razón. Mi padre, poeta reconocido, mi madre, novelista aficionada, mis hermanos, ensayistas unos columnistas los otros, mis amigos, narradores de pro quien más y quien menos… En fin, hasta mi abuela, rapsoda a tiempo parcial, me advirtió de que matricularse en una academia de no escritores era una excentricidad. Sin embargo, yo tenía que demostrar que era el más listo, que con tesón podía convertirme en uno de esos pocos escogidos que no redactan ni mensajes de móvil.
Y, sí, reconozco que en la escuela me enseñaron las técnicas indispensables para quien no desea contar nada: la no escena, el exdiálogo, la ametáfora, fundamentales para desactivar cualquier necesidad de expresión literaria, y la inacción, axioma seminal de la nulidad narrativa. Pero, entonces, ¿por qué no soy capaz de resistirme a teclear mi frustración?
Lo escrito, todos tenían razón.
César Sánchez
Autor de “De Vicio”