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My Bloody Valentine. Disco, Loveless. Canción siete: Come in Alone.

Algo se esconde detrás del ruido, un señuelo para que subas el volumen, el gusano que danza al extremo de una cuerda de guitarra. Picas en plan congrio, los peces más confiados que existen. Giras la rueda un cuarto de vuelta. Luego, otro cuarto. El anzuelo ya está dentro. La música entra en fase con los huesos de tu casa, con la transpiración del coche, con la epidermis de los árboles del parque ─a saber en qué zoológico andarás cuando te llegue la hora─, con los engranajes y circuitos y branquias que te convierten en un ser pensante, sea lo que sea ser y pensar. Los electrones saltan de orbital en orbital al ritmo del ácido sonoro, de la melodía corrosiva; la función de onda colapsa en todas las versiones del rostro y el aura de la Virgen de Regla. Vives en los infinitos espacios de configuración o alcanzas el arrobamiento místico o acaricias el Nirvana o escudriñas el mundo de las ideas o, simplemente, te diluyes en un plasma de armónicos, dependiendo de lo que te vaya, cada uno es cada uno. Durante unos minutos, cuatro apenas, saboreas el regalo de la desaparición momentánea.

En la carátula del CD debería advertirse lo siguiente: No escuchar más de siete veces siete consecutivas; peligro de autoextinción.

Ni se te ocurra pincharla en el ordenador o en el móvil, te lo advierto. Busca un sitio cerrado, un estanque en el que sumergirte. El esquema auricular-cabeza-auricular también funciona. Hay personas que opinan que la mente es el vacío entre dos fuentes de sonido enfrentadas. Las mismas que sostienen que los seres humanos son la excusa de las estatuas; las supernovas, defectos en la oscuridad; los nombres de pila, caprichos de los apellidos. Por suerte, no son muchas, aunque debería haber más.

My Bloody Valentine. Loveless. Come in alone. No te olvides.

César Sánchez

Autor de «De Vicio»

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1 comentario en «My Bloody Valentine. Disco, Loveless. Canción siete: Come in Alone.»

  1. Te escribo entre rif y rif y, la verdad, ya no me avergüenzo como antes por no tener estatuas en que mirarme.

    Me apunto a clases de música si sigues contagiándome así.

    ¡Me gusta tu crónica!

    Responder

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