Llega un momento en que uno se tiene que tirar al vacío y apostar por una forma de escribir, aunque haya personas a las que no les llegue. Todos los buenos escritores sacrifican lectores que no les compensa tener. Pero mientras tanto, y hasta que no tengamos seguridad y confianza en nuestra propia técnica y escritura como para hacer eso, más vale que nos mantengamos en la duda de si hemos escrito la octava maravilla o el bodrio más infumable de la historia.
No hace falta inclinarse hacia ningún lado. Podemos mantenernos ahí, en la inseguridad que sentimos, y tratar de aprender de todo lo que nos digan, tanto de lo malo como de lo bueno, atender a cómo resuenan en nosotros las críticas, y si nos enfadamos atender también a ese enfado: ¿cómo es?, ¿por qué?, ¿cómo lo vivimos pasados tres días? Y poco a poco, así, vamos educando al lector ese que todos llevamos dentro y que, algún día, será al único que hagamos caso. Pero quizá ahora no nos podamos fiar mucho de él, porque aún es demasiado impresionable e influenciable.
Isabel Cañelles
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