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La unidad de sentido

Toda narración (toda buena narración, me refiero) es un universo de interconexiones, y cualquier palabra, escena, coma o incluso elipsis no da la impresión de que sea fruto del azar, sino de tener una intención subyacente. Eso no quiere decir que el buen escritor esté todo el rato «pensando» qué incluye o no incluye en el texto… Se trata más bien de que alcanza un estado de conciencia en que se quita de en medio como persona y se convierte en canal de algo superior. Solo en ese estado de conciencia abierta se puede crear una verdadera obra de arte. Y no tiene nada que ver con pensar; es otro tipo de cognición mucho más amplia.

El otro día una alumna me preguntaba si, a la hora de ponerse a escribir, tenía que pararse a pensar si quería hablar del amor, de la muerte, de la amistad, etc. Es una pregunta muy frecuente que suele salir a flote ante la siguiente cuestión: «¿Qué quieres transmitir con lo que has escrito?».

Yo diría que no se trata de «pensar» (aunque a veces no está de más pensar un poquito también antes de ponerse a escribir), pero sí de ser consciente de que toda narración (en realidad todo texto) tiene una temática, y que lo que sea que vayamos a contar no se va a componer de hechos enlazados por una mera relación de contigüidad, sino que con esos hechos vamos a estar «significando» algo, algo que no se ve a simple vista y que el lector tendrá que interpretar.

Así pues, no hay que pensar mucho de antemano, y ni siquiera hemos de ser capaces de verbalizar aquello que nos impulsa a querer escribir un texto sobre ciertas cosas y no sobre otras. Precisamente para eso escribimos, para averiguarlo. Pero esa conciencia o esa intención de partida ya nos va a condicionar un poco a la hora de elegir determinados personajes, determinada ambientación, determinados gestos, una voz narrativa en particular, etc.

Por otra parte es conveniente que nos abramos, mientras estamos escribiendo, a que la misma escritura nos desvele qué es, en realidad, lo que está pasando ahí. Si nos dejamos en paz, la escritura dará sus propios signos. Yo muchas veces me pongo a escribir sin más, y al cabo de un rato leo lo que llevo escrito para tratar de descifrar qué diablos me quiero decir a mí misma.

Y, sobre todo, es muy importante tener en cuenta la unidad de sentido y la temática a la hora de revisar el relato, después de terminar el primer borrador. Porque teniendo eso en la cabeza, veremos un montón de cosas que a lo mejor no veíamos al ponernos a escribir, y vamos a poder trabajar (o reescribir, o lo que haga falta) el relato desde la perspectiva de la significación.

Toda narración (toda buena narración, me refiero) es un universo de interconexiones, y cualquier palabra, escena, coma o incluso elipsis no da la impresión de que sea fruto del azar, sino de tener una intención subyacente. Eso no quiere decir que el buen escritor esté todo el rato «pensando» qué incluye o no incluye en el texto… Se trata más bien de que alcanza un estado de conciencia en que se quita de en medio como persona y se convierte en canal de algo superior. Solo en ese estado de conciencia abierta se puede crear una verdadera obra de arte. Y no tiene nada que ver con pensar; es otro tipo de cognición mucho más amplia.

Aunque nosotros no estemos en ese punto, es bueno saber que todos los elementos de un relato apuntan a una unidad de sentido. Tampoco hay que agobiarse, porque es importante estar relajado y abierto a la hora de escribir. Así que donde hay que prestar más atención a esto es a la hora de revisar.

Hay que tener en cuenta que el hecho de que algo suceda no significa que merezca ser plasmado sobre el papel. Dichos sucesos hay que mirarlos con criterio de escritores y dotarlos de significación (en eso consiste lo literario). Escribir no es poner una palabra detrás de otra. Ni tampoco poner un hecho detrás de otro. Escribir es observar el mundo con una mirada nueva, y trasladar al lector esa visión por medio de la literatura.

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