Antes de permitirnos el lujo como escritores de escribir relatos que exijan una relectura, quizá convenga lograr primero que nos lean, ¿no?
Yo soy la primera a la que no le gustan las narraciones muy obvias y superficiales. Hay buenos relatos que requieren una lectura atenta o cierto grado de lucidez por parte del lector (Salinger, por ejemplo). Pero deberíamos plantearnos que quizá aún estemos en la fase de aprender las herramientas para que lo que queremos transmitir le llegue con eficacia al lector, y no en la fase de poder permitirnos sacrificar lectores en pos de la profundidad del mensaje. Hasta que no sepamos distinguir bien entre la sutileza y la vaguedad, entre un final ambiguo y uno abierto, etc., no está de más tratar de clarificar las cosas.
Para borrar indicios o para ser más sutil siempre estaremos a tiempo, una vez que concluyamos la narración. Pero cuando la capa de misterio y oscurecimiento sirve para evadirse de profundizar en el conflicto… la relectura que puede hacer un lector cualquiera (si es que no ha dejado de leer antes) estará basada no tanto en el interés como en el fastidio.
Cuando manejemos las herramientas narrativas con soltura será el momento de romper con la técnica de forma premeditada, siendo conscientes del efecto que eso causa en el lector y proponiéndole fórmulas alternativas para que no caiga en el caos más absoluto. Hasta entonces, habrá que aprender a buscar el equilibrio entre lo burdo y lo sutil, entre aportar demasiados informantes y dejar la historia sin anclajes, entre la escasez de indicios y la ausencia de tensión interna, etc.
Isabel Cañelles
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