“Transformad esas antiguas aulas; suprimid el estrado y la cátedra del maestro, barrera de hielo que lo aísla y hace imposible toda intimidad con el discípulo; suprimid el banco, la grada, el anfiteatro, símbolos perdurables de la uniformidad y del tedio. Romped esas enormes masas de alumnos, por necesidad constreñida a oír pasivamente una lección, o a alternar en un interrogatorio de memoria, cuando no a presenciar desde distancias increíbles ejercicios y manipulaciones de que apenas logran darse cuenta. Sustituid en torno al profesor a todos esos elementos clásicos, por un círculo poco numeroso de escolares activos, que piensan, que hablan, que discuten, que se mueven, que están vivos en suma, y cuya fantasía se ennoblece con la idea de una colaboración con el maestro.”
Esta cita no es de ningún gurú del coaching educativo ni de la pedagogía contemporánea. En realidad, por la época en la que fue pronunciada ni siquiera existían como tal los conceptos de coaching o de pedagogía tal cual los entendemos hoy. Es de Giner de los Ríos, creador y director de la Institución Libre de Enseñanza y data del siglo XIX. Sorprende su modernidad, pero sobre todo, sorprende lo poco que han cambiado las cosas desde finales del XIX hasta nuestros días en materia de educación y formación. Esas aulas con estrado de las que habla Giner de los Ríos siguen siendo muy reales. De hecho, buena parte de mi formación fue exactamente eso que Giner de los Ríos dice que no hay que hacer. Y probablemente yo no sea una excepción. Por eso su ideario sigue siendo una alternativa cualificada para contemplar la formación desde otra mirada.
De esta cita nos gustan muchas cosas. La primera que hable de educación/formación como una forma de salir del dogma, en la que el profesor y los alumnos hablan, discuten y finalmente crean una realidad a la medida de todos ellos, y no solo a la medida del profesor, de la corriente mayoritaria o de otros intereses superiores. La colectividad presta un valioso servicio a cada individuo, promoviendo nuevas ideas de las que son propietarios cada uno de los integrantes del grupo. El sentimiento de pertenencia al grupo será mayor cuanto más relevantes sean los logros conseguidos en común. Con una idea tan poderosa detrás no es de extrañar que la Institución haya servido para generar grupos tan relevantes como la Generación del 27.
El poder del grupo ha sido bien explotado en contextos como la empresa o movimientos sociales. Sin embargo, en otros, sigue siendo un camino por explorar. Nos estamos refiriendo, sobre todo, a los oficios de carácter creativo: escritores, artistas plásticos, músicos… En ellos se asume que el recogimiento y la soledad son la fuente máxima de autenticidad y calidad para la obra final. Y entonces nos preguntamos hasta qué punto ese aislamiento no contribuye justamente a lo contrario, a la falta de crítica y autocrítica, al estancamiento, a no desarrollar una voz propia. Las generaciones de escritores dieron un ejemplo en nuestro país de lo que es el auténtico trabajo en equipo dentro del entorno creativo. Por eso nunca está de más echar una mirada al pasado y recuperar el ideario de la ILE y de los grupos de escritores y pensadores que surgieron de ella.
Raquel Lombas
5CERO2 Comunicación