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Hay que amarlo

En uno de mis talleres de escritura, les propuse a mis alumnos que escribieran una historia partiendo de alguno de los personajes de los cuentos maravillosos que nos contaban nuestros padres cuando éramos pequeños. Tenían que ubicarlos en el mundo actual. A ver qué se les ocurría.

En uno de mis talleres de escritura, les propuse a mis alumnos que escribieran una historia partiendo de alguno de los personajes de los cuentos maravillosos que nos contaban nuestros padres cuando éramos pequeños. Tenían que ubicarlos en el mundo actual. A ver qué se les ocurría.

Uno de ellos optó por Hansel y Gretel, y se las ingenió para que sus protagonistas, dos hermanas a las que manipulaba una madre obsesiva, traspasaran en un momento dado la barrera de este mundo y aterrizaran en otro imaginado, no real.

Cuando nos la leyó, vimos que había bastante que retocar para que aquello fuera creíble. Pero con eso no había problema; se nos ocurrirían varias maneras de encontrar ese punto de equilibrio. Solo hacía falta paciencia y trabajo.

Sin embargo, hubo algo insalvable en su proceso de creación: él mismo no se creía la historia. Cuando le comenté que tenía que hacernos creer desde el minuto uno que dos hermanas de Carabanchel viajaban a un lugar fantástico y no real, me contestó que cómo se iba a creer él que eso podía pasar. Que en la realidad eso no ocurriría. Me enfadó su contestación. «Si tú mismo no te crees tu historia, no nos hagas perder el tiempo a los lectores tratando de encajar piezas que no existen», le contesté. Nosotros queremos creernos cualquier cosa que nos cuente el escritor, para eso hemos establecido ese magnífico concepto que se denomina «pacto ficcional», por el cual confiamos a muerte en todo aquello que alguien ha imaginado para nosotros. Pero no todo vale, hombre.

Ya no recuerdo bien el intríngulis completo de aquel relato, pero sí que discutimos mucho sobre este asunto. En resumidas cuentas, hablamos de cómo el escritor debe ser honesto con su historia, con los temas que escoge, con sus personajes. Y no solo honesto: debe amar aquello que inventa. Sí, joer, AMARLO, con todas las letras. No valen las medias tintas. Solo creyendo en ello y amándolo ─que viene a ser lo mismo─, lograremos trasladar al lector hasta los más insospechados e inverosímiles escenarios, y mostrarle los personajes más rabiosamente imposibles. Y lograremos emocionarlo, que de eso se trata.

Clara Redondo
Escritora y profesora de RELEE

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