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Arboles , bosque , distancia de recate, magnitud es un gusano

MAGNITUD ES GUSANO

                                                                                    

 

Autora : María José Beltrán  

A Eloy Tizón

 

Está acostada, pegada a mi cuerpo,

cierra los puños y se los lleva a los ojos,

como si fueran un largavista.

-Nos gustan mucho las copas de los árboles –dice.

 

Distancia de rescate, SAMANTA SCHWEBLIN

 

Acompañante: Que acompaña.

Acompañar: Participar en los sentimientos de otro.

Distancia de rescate: Distancia –variable- que separa a una persona (por ejemplo, una madre) de otra (por ejemplo, de su hija) y que le permitiría rescatarla de un posible peligro que la acechase y pusiera en riesgo su vida.

 

Se supone que las distancias se pueden medir, ¿no?, plantea Una. Son externas, tangibles, ¿verdad? Es un hecho que las distancias siempre han sido magnitudes. Definición de magnitud: aquello que se puede medir. La integridad física de Una, por suerte, no necesita ser medida; es decir, supervisada. Una, en su cabeza, se equivoca e intercambia definición de medir por defunción de vivir. No es por eso que Una tiene un acompañante. Su acompañante se llama D.

No ve lo importante: el hilo finalmente suelto, como una mecha encendida en algún lugar; la plaga inmóvil a punto de irritarse.

El acompañante de la novela escrita por Samanta Schweblin es David: un niño que auxilia a caballos, lleva de la mano a los patos del lago y al perro del señor Geser hasta el patio de su casa, les mira a los ojos y los acoge. Una intuye que mostró hacia ellos la misma compasión que muestra hacia Amanda –y lo intuye porque el texto le permite reconstruir: el texto es portador-, y David intenta guiar a Amanda hacia el lugar donde antes ya fue con los animales. David lloró cuando enterró a los más de 19 patos y al perro del señor Geser.

A Una, esta novela publicada en 2014, en la que hay muertes inimaginables hasta poco antes de que sucedan, la transporta hasta el hospital de campaña de IFEMA en Madrid cuidad, a la geometría de centenares de féretros alineados en el Palacio de Hielo, a envenenamientos y virus. Porque la historia de Amanda y de su hija Nina, está pasando en 2020 en el mundo. Es la secuela de una obra literaria, la de Distancia de rescate en el ahora.

 

Sucede que no hay distancia de rescate que valga ni hilos, cuando el riesgo no se detecta. Magnitud es un gusano que no significa nada.

 

El libro cerraba con este augurio:

No ve lo importante: el hilo finalmente suelto, como una mecha encendida en algún lugar; la plaga inmóvil a punto de irritarse.

En estos tiempos de encerrona y datos, Una se conecta con D. más de lo habitual. Las sesiones han aumentado, no exponencialmente, solo el doble, y se mantienen constantes. Lo oye toser a través del hilo telefónico, a veces seguido; pero todo va bien; ¿va bien? Amanda, a quien David atiende en sus últimos momentos de vida, no ha podido salvar –en su esencia- a su hija Nina, por muy cerca que se encontrasen la una de la otra      -quizás a un palmo, sentadas las dos sobre la misma hierba- cuando sucedió lo importante. Sucede que no hay distancia de rescate que valga ni hilos, cuando el riesgo no se detecta. Magnitud es un gusano que no significa nada.

 

Se trata de una novela con elementos sobrenaturales, con denuncia química y transgénica real; hay transmigración de almas. Muy sutil. Con huecos. Redes. Misterio. Como ocurre en los cuentos que merecen la pena. Y este la merece y podría ser cuento. Para Una es, ante todo, literatura mayor. En ella hay cuatro personajes principales: Amanda y su hija Nina. Carla y su hijo David, a quién Una ha decidido, por su cuenta, llamar el acompañante. Pues está convencida de que es él quien asiste tanto a los patos  -dirigiéndolos desde el lago-, como al perro del señor Geser, a los caballos y a Amanda, para atravesar la frontera que conduce de la vida a la muerte. A Nina, en cambio, la traslada de la muerte a la vida, a la suya propia, la de David (él conoce ese camino, puesto que de niño lo recorrió también). Está todo anticipado en la pesadilla de Amanda, en su primera noche en la casa que alquila para pasar las vacaciones con su hija. Y está confirmado en la parte final, cuando en una especie de epílogo, un mes después de la muerte de Amanda, David se sube al coche del padre de Nina, se pone el cinturón, cruza las piernas como Nina y acaricia su peluche topo de Nina.

David le susurra a Amanda al oído. Todo el tiempo. Aunque habla poco. Es normal. Porque es ella quien cuenta la historia y él quien ejerce de guía acompañante. El diálogo que se establece es la excusa –la técnica, mejor dicho- de la autora Samanta S. para ir al pasado, y mostrar qué aconteció en los dos días previos a ese momento. (El diálogo, la excusa; y David, el editor -anglosajón invasivo- del relato de Amanda.) Una no tiene fiebre ni tos, aunque le pica mucho la piel; se provoca heridas en la espalda. Su acompañante se llama D. Se hablan de oído a oído, desde algún lugar de Madrid cuidad a otro de Madrid sur, sin diván mediante. Él también habla poco. Es normal. Una se sitúa como confinada en una burbuja prismática, con sus vértices y aristas –idealmente-, y sus sentimientos no salen de ahí. Sus sentimientos están aislados, porque solo así D. y Una pueden limpiar el oxígeno metafórico de la cámara metafórica de aire. David supo desde el principio que no había oxígeno que renovar en los pulmones de Amanda, ni respiradores en la salita de urgencias y Una no cree que consiguieran llegar al patio de la casa con los demás.

 

 

Transgénico: Que ha sido alterado genéticamente.

 

Todo irá bien.

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