Durante los años 70, los de la transición española, los rojos de la época mirábamos a Italia. Allí tenían ese partido comunista tan intelectual y glamuroso, el PCI, con elegantes líderes como Ochetto o Berlinguer, y en el que militaban o pululaban a su alrededor cineastas como Bertolucci, Pasolini o Visconti; escritores como Italo Calvino, o pensadores como Rosana Rosanda o Lucio Magri.
Y además, y sobre todos, estaba Umberto Eco (1932-2016), ese gran profesor que sabía de todo, además de ser un experto mundial en algo tan complejo como la semiótica, y que nos había dejado obras como “Apocalípticos e integrados” (1965), o el “Tratado de Semiótica General” (1975). Bueno, y el que leíamos todos los estudiantes, “Cómo se hace una tesis” (1977).
Por eso, cuando en 1980 nos enteramos que Eco había escrito una novela, “El nombre de la Rosa”, nos echamos en masa a las librerías, y lo devoramos ávidamente, algo así como hace unos años pasó con la trilogía “Millenium”, otro de los pocos “best sellers” progresistas de las últimas décadas.
Si no habías leído “El nombre de la Rosa” no estabas en la “pomada”, al menos en la de aquellos jóvenes que disfrutamos los años de la movida como algo colateral, esas cosas de “los hermanos pequeños”, más frívolos y lúdicos que las sesudas generaciones de los 60 y 70.
Eco no fue el primer intelectual que se aventuró en la novela policiaca (aquí teníamos a Vázquez Montalbán), pero situar la trama en la edad media tenía mucho más mérito. Lo primero que sorprende es que un sabelotodo como era Eco escriba de forma tan erudita y a la vez tan clara, la novela se devora entre las soterradas disputas de las distintas congregaciones medievales, y las extrañas tramas de asesinatos, guiados siempre por el inolvidable protagonista, ese inteligente y socarrón Guillermo de Baskerville, de la mano del narrador, el joven Adso de Melk.
Mi amigo Juvenal García, experto en historia medieval de principios del siglo XIV, afirma que esas primeras décadas del siglo fueron claves para el cambio que se produjo en Europa los siglos posteriores, en esos años se empezaron a mover muchas cosas. Eco sitúa la novela en 1327, justo en esos apasionantes años en que se empezaba a ver la luz después de siglos de oscuro medioevo. La razón empieza a sacar la cabeza frente al fanatismo religioso, pero la sacaba despacito, que te la podían cortar, como se explica muy bien en la novela.
La versión cinematográfica del mismo nombre la dirigió Jean-Jacques Annaud en 1986, interesante cineasta francés, que había dirigido la notable cinta ambientada en la prehistoria “En busca del fuego” en 1981,
“El nombre de la rosa” es una buena película, estupendamente ambientada (exquisita dirección artística y fotografía a la luz de las velas), adaptando más que correctamente la novela de Eco. Eso sí, sin la interpretación de Sean Connery no sería lo mismo, pocas veces se produce en el cine tal identificación entre actor y personaje, Guillermo Sean de Baskerville Connery.
Aunque inevitablemente la película no puede entrar en los recovecos y las sutilezas de las diversas tramas en las que nos enreda Eco en la novela, logra trasladarnos a la Edad Media, meternos en ese santuario del saber y la conspiración que eran los Monasterios medievales, además de sorprendernos y confundirnos con los extraños asesinatos de esos monjes tan feos y deformes como los retratos de la época. Y sin casi dientes, no nos olvidemos que no había dentistas en la Edad Media.
Umberto Eco se aficionó a escribir novelas, algunas tan interesantes como “El péndulo de Foucalt”, o “Baudolino”, ambientada en la Constantinopla de los siglos XII y XIII.
Jean-Jacques Annaud dirigió después otras 9 películas, entre las que destacan “El oso”, “El amante”, y “Enemigo a las puertas”, sí, esa tan entretenida en la que Jude Law es un francotirador ruso entre las ruinas de Stalingrado, y poco menos que salva a la Unión Soviética de las garras del nazismo.
Ni la obra de Eco ni la de Annaud alcanzaron posteriormente el nivel de “El nombre de la rosa”, una de las mejores novelas y películas de las últimas décadas del siglo XX.
Mariano Baratech
Sociólogo y colaborador de RELEE
2 comentarios en «El nombre de la rosa»
Como es habitual, gran post y un análisis perfecto de la contextualizción de la aparición de la novela. Un best-seller atípico, del que había que superar las primeras 100 páginas y el típico libro que muchos decían haber leído sin haberlo hecho.
Hubo una cosa que a los ffreaks de esa novela (cuyo análisis hicimos en Antropología y Análisis de la Cultura II con mi maestro Andrés Tornos) nos irritó profundamente. No, no fue la sustitución estúpida e innecesaria del laberinto de piedra por un sucedáneo de madera. Fue la eliminación del inquisidor Bernardo Gui, interpretado por F. Murray Abraham, que poco antes había dado vida a Salieri. Como voy a citar de memoria, por favor me perdonen si cometo alguna inexactitud.
Bernardo Gui, o Guidoni o Guido es un personaje histórico mucho más relevante de lo que se supone, y fue cuidadosa y acertadamente escogido por Eco para aparecer en la novela. Su biografía está recogida originalmente en las Annales Ordinis Sancti Benedicti Occidentalium y se le describe como un hombre de fe, riguroso, burócrata e institucionalmente una figura de gran peso interno en la orden benedictina. Fue, entre otras cosas, Obispo de Tuy/Vigo y fue encargado de hacer la «limpieza final» en la mal llamada cruzada contra los cátaros albigenses. Gui fue el primero que escribió o compiló (o ambas cosas) un Manual para inquisidores y contra la herética pravedad, aunque los trozos literales que encontramos en la novela pertenecen a una obra clásica posterior, muy estudiada por los historiadores de la Inquisición e hispanistas como Kamen o Lea.
Dicha obra fue escrita y compilada (con mucho material de Bernardo Gui pero también de propia cosecha) por Nicolau Aymerich o Eymerich, benedictino catalán. Esto es lógico, puesto que la Inquisición se instauró primero en Francia, luego en Italia y en la península el primer reino donde se introdujo fue en Aragón. En Castilla se instituyó más de dos siglos después de que lo hiciera en Francia. Francisco Peña, un estudioso del siglo XVI realizo la compilación final del Directorium, que es la que hemos manejado los que nos hemos interesado por el tema.
Bien, sabemos fehacientemente que Bernardo Gui falleció de viejo, a los 71 o 72 años, el 30 de diciembre de 1331 en el castillo de Lauroux. De modo que para los que conocemos la época es como si alguien hiciera una película ambientada en Oriente Medio en los años 70 del siglo XX y asesinasen a Henry Kissinger en un atentado terrorista.
Gracias por la cita, Mariano. Y perdón por una chapa erudito-desahogativa.
Muy interesante, Juvenal, gracias por adentrarnos en ese período tan complejo y apasionante, previo al Renacimiento. Y los lectores ya sabéis, el que quiera saber más del siglo XIV, que le pregunte a Juvenal, que por cierto, había empezado una novela sobre la época (en verso, claro), y no sé que ha sido de ella…………………