Narrar en concreto supone, para quien no lo ha hecho nunca, un salto al vacío y una sensación de impotencia. ¿Cómo hago para que el lector entienda que el personaje no aguanta más sin decir que no aguanta más? Parece que nos atasen de pies y manos y no pudiéramos avanzar. Yo os sugiero que miréis vuestros relatos como si fuesen películas en vuestra mente. No tratéis de explicar lo que sucede. Visualizadlo. ¿Tu personaje es empleado de una zapatería? Plántalo allí. ¿Ya ves a tu personaje en su zapatería? ¿Qué hace? ¿Cómo son sus clientas? ¿Qué le responde a la señora María cuando esta le hace sacar el décimo par de zapatos, ese día justo en que el personaje ha discutido con su hijo? ¿Qué cara le pone su jefe? ¿Qué reacción tiene el protagonista? Traslada todo eso al papel, a riesgo de que el lector no entienda a la perfección lo que significa. Así, puede ser que encuentres el instante justo en que decide estallar, por ejemplo cuando su jefe le dice que se tiene que esforzar más si no quiere que le eche. Y entonces, él coge la puerta de la zapatería y se va dando un portazo, y… Así se cuentan las historias y, además, es mucho más satisfactorio y entretenido (para el que escribe el primero) hacerlo así que con grandes palabras huecas.
Escribir un buen relato se basa, en buena medida, en lograr mostrar una trama densa sin ponerse a explicarla. Conseguirlo es harina de otro costal. Pero antes de conseguirlo hay que saberlo. Y antes de saberlo —de tenerlo interiorizado— hay que entenderlo. Hay que saber sobreponerse a la frustración de irse dando cuenta de que escribir bien es algo mucho más difícil —o más sutil— de lo que uno creía, y de que por más que uno entienda algo, eso no significa que lo logre, ni a la primera ni a la segunda ni a la centésima.
La razón de ser de la literatura o de cualquier arte es llegar a determinados aspectos sutiles (que no extraordinarios) de la condición humana a los que no se puede llegar de una forma directa o literal. La trama es aquello a lo que se señala por debajo de las acciones, diálogos, situaciones y hasta reflexiones de los personajes. Se señala, de hecho, a una experiencia (que el escritor ha de estar viviendo cuando escribe, y que el lector ha de estar viviendo cuando lee; cada uno a su manera, pero el escritor ha de procurar que su forma de experimentar lo narrado esté lo más cerca posible de la del lector). O sea, a lo que llamamos trama es algo experiencial. Y toda experiencia es inefable por naturaleza. Solo podemos, por tanto, señalar hacia ella. Si intentamos atraparla y reproducirla tal cual, se convierte en una naturaleza muerta, inerte, desconectada, simples palabras en hilera. Tanto para el escritor (si es honesto consigo mismo) como para el lector.
La raíz del problema es que no es tan fácil saber qué estamos transmitiendo cuando escribimos, ni conseguir que funcionen a la vez la parte creativa (loca, imaginativa, arrebatada) y la parte más técnica (calculada, artesanal, de puro dominio del oficio), en una integración consciente.
Y la raíz de la solución del problema pasa por entender que no hay ningún problema que resolver, sino solo un proceso de aprendizaje y de familiarización con las técnicas pero, sobre todo, con nuestras propias temáticas. Un proceso, en definitiva, de crecimiento personal.
Isabel Cañelles
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