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Doctor Zhivago

Leí esta densa, profunda y triste novela en mi primer año de ingeniería, cuando era un tipo extremadamente introvertido, a quién después de estudiar a lo largo de interminables jornadas, sólo se le ocurría tener aficiones como jugar al ajedrez, o ir al cine a ver en sesión doble todas esas películas que habían estado prohibidas durante el franquismo por comunistas. En todo mi primer año de ingeniería no leí más que Doctor Zhivago, que había sido escrito en mi año de nacimiento, 1957. Y fue suficiente para saber que la literatura rusa sería mi favorita.

Los libros son siempre mejores que las películas que se ruedan sobre ellos, afirmaban con vehemencia mis amigos apasionados por la literatura, que consideraban el cine como un arte menor. No es cierto, replicábamos los cinéfilos, hay películas que superan a sus libros de referencia. Y comenzábamos interminables discusiones sobre grandes libros y sus adaptaciones al cine, que llenaban esas largas tardes de invierno de la época de estudiantes durante la transición española.

Uno de esos grandes libros adaptados al cine, convertidos en una gran película, es Doctor Zhivago. Leí esta densa, profunda y triste novela en mi primer año de ingeniería, cuando era un tipo extremadamente introvertido, a quién después de estudiar a lo largo de interminables jornadas, sólo se le ocurría tener aficiones como jugar al ajedrez, o ir al cine a ver en sesión doble todas esas películas que habían estado prohibidas durante el franquismo por comunistas. En todo mi primer año de ingeniería no leí más que Doctor Zhivago, que había sido escrito en mi año de nacimiento, 1957. Y fue suficiente para saber que la literatura rusa sería mi favorita.

Para narrar esas intensas décadas de guerra y revolución en Rusia, Boris Pasternak (Nobel de Literatura en 1958) se transforma en un médico poeta de familia burguesa, que vive los años que estremecieron al mundo como un espectador sorprendido, impactado por unos cambios que primero le atraen y le asustan a la vez, que apenas logra comprender por su violencia y radicalidad, y que luego le entristecen y le vencen.

La mirada de Pasternak es la de un poeta que narra con soltura, mostrando esos cambios que atraviesa su país a través de un intelectual sensible, de sus reflexiones filosóficas y sus emociones, de sus amores, fidelidades e infidelidades, de sus nostalgias que convierte en poemas.

La novela tiene grandes admiradores, pero también estupendos detractores, entre los que se encuentra Nabokov (su Lolita será otra entrada de este blog), que ironizaba sobre los numerosos encuentros casuales que se producen a lo largo de sus páginas. Y es verdad que es una novela muy densa, con demasiados nombres, y que a más de uno le puede resultar difícil de digerir. Mejor avisar a los lectores de best sellers y “novelas históricas”.

David Lean, probablemente el mejor director de cine británico de la historia (Breve encuentro, Lawrence de Arabia, El puente sobre el río Kwai….), dirigió Doctor Zhivago en 1965, y consiguió con esta película lo que sólo está al alcance de muy pocos genios, ser aclamado por la crítica más exigente (aunque no toda), a la vez que el gran público rebosaba las salas de cine.

La película arranca con la maravillosa escena del entierro de la madre, y logra condensar con enorme acierto, en sus densos 197 minutos de duración, las distintas guerras y revoluciones rusas de las primeras décadas del siglo XX . Se centra sólo en los principales personajes, muy bien perfilados, lo que supone eliminar muchos secundarios y numerosas situaciones, en un gran trabajo de guión de Robert Bolt. Y remarca con fuerza la historia de amor de Zhivago y Lara, rozando el riesgo de llevarse la etiqueta de película comercial, lo que ni a los cinéfilos ni al gran público nos ha importado nada. Es una de las historias de amor mejor contadas de la historia del cine.

En la novela abundan las reflexiones metafísicas y filosóficas, que inevitablemente se pierden en la película, pero a mi entender el mayor logro de esta es conseguir esa ola poética que atraviesa todo el libro de principio a fin, desde los personajes al lenguaje, y por supuesto, las maravillosas poesías. Tarkowski decía que “si escribiera poesía como Pasternak, no haría películas”. Para ello Lean usa el lenguaje cinematográfico, cuidando al detalle fotografía, música, encuadres de cámara o miradas de personajes, recurriendo sólo a las frases justas, dejando que las imágenes hablen por sí solas.

No he vuelto a leer Doctor Zhivago, pero he visto muchas veces la película, que creo no ha perdido nada de fuerza en sus 50 años de vida. El cine de ahora ya no cuenta grandes historias, sino que busca las emociones del espectador, emociones pasajeras que duran lo que las palomitas en la boca. Doctor Zhivago es una gran historia, en la que te emocionas leyéndola o viéndola, y la sigues disfrutando cuando la recuerdas, aunque hayan pasado muchos, muchos años.

Rodada en buena parte en España, se cuenta que para filmar la escena de los obreros cantando la Internacional sobraron voluntarios en los barrios de Madrid a mitad de los 60. Las llanuras rusas se recrearon en Soria, donde ese año se rodó también Campanadas a medianoche de Orson Welles. Y la pequeña localidad soriana de Candilichera, que se convirtió en Varikino gracias a la magia de Gil Parrondo, desde ese año ha perdido casi el 80% de sus 600 habitantes. No sabemos si por las duras condiciones del campo soriano, o por seguir las huellas de Omar Shariff y Julie Christie.

Mariano Baratech

Sociólogo y colaborador de RELEE

 

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