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Un souvenir especial de Sanabria, herraduras de buey de 7 agujeros

Souvenir

No, yo no creo, pero dicen que, aunque uno no crea, también funciona.

Niels Bohr  (Nobel de Física, 1922)

Autora: Laura Rodriguez Galindo

Estos días de inventar rutinas nuevas en casa, me he aficionado a viajar hasta la estantería del estudio y coger el gurruño de papel de periódico que hay sobre una de las baldas. No es el gurruño en sí lo que me atrae, sino lo que contiene: dos pedazos de hierro oxidado, un souvenir que traje de Sanabria, mi última excursión antes del confinamiento.

Son herraduras de buey, hechas en una fragua —me dijo el chamarilero que me las vendió, un hombre singular al frente de un bazar al que habría que peregrinar, al menos, una vez en la vida.

Cada “callo”, así se llaman, tiene forma de medio corazón. Dos callos cubren una pezuña. En cada uno, cuatro agujeros cuadrados por los que entraban sendos clavos para fijarlos al casco, una liturgia que hoy suena desproporcionada aunque, en otros tiempos, fuera la única manera de proteger las manos de un animal que anda.

—Ocho en cada pata, ¿ve? Igual que en las herraduras con forma de U. Y, sin embargo, todos buscan las de siete agujeros,… por lo de la suerte, ¿sabe? Por eso, aunque sean inservibles, las de siete las vendo más caras.

El concepto de servible o inservible, dadas las circunstancias, me pareció divertido, irrelevante. Era la idea de los clavos en la pezuña del animal la que me no me terminaba de encajar. Ocho, siete,… En realidad, el número de agujeros me daba igual. Pero la suerte, mi suerte, estaba echada desde el momento en que el vendedor había pronunciado las tres palabras mágicas, “herraduras de buey”, porque en España no deben de quedar más de ochocientos bueyes, y muy pocos o ninguno herrado, puesto que ya no sirven, ni en el campo ni para cargar.

Las tres palabras mágicas, “herraduras de buey”, fue oírlas y viajar.

Quizá por eso fue oir “herraduras de buey” y viajar, así, de sopetón, a la primera vez que ví un buey que sí servía. Volví a aquel día en la India, camino de Ranakpur, frente al campo cultivado en el que disparé algunas fotografías a las familias que vivían en casas manufacturadas con boñiga seca de vaca, al matrimonio que cosechaba con su buey y a las tres mujeres que, muy cerca de esta escena, bombeaban agua potable de una fuente, llenando vasijas de cobre que, después, cargaban sobre sus cabezas.

—Todos se acaban llevando una herradura con forma de U —me dijo el chamarilero —. Muy pocos eligen éstas. Y, menos, tan oxidadas. Hágame caso, señorita, llévese la de la suerte. La dejo un rato, si quiere, a ver si encuentra una de siete.

Todavía no sé por qué preferí confiar en la alquimia de las dos herraduras de buey. Las compré como souvenir (0,60 euros) aunque, desde hace un mes y de momento, sigan ahí, sobre la balda, envueltas en papel de periódico, tal y como las empaquetó el chamarilero.

Mi intención era limpiarlas, enmarcarlas y colgarlas en Sepúlveda, en la antigua casa de la abuela, para compartir este juego de asociación de ideas con mi familia y amigos. Aunque en Sepúlveda no haya bueyes. O, al menos, yo nunca los haya visto. O no los recuerde. Pero incluso ante tal vacío de realidad o de memoria, ahí está mi pueblo; y yo, sin moverme de casa, viajando hasta él.

Ante tal vacío de realidad o de memoria, ahí está mi pueblo; y yo, sin moverme de casa, viajando hasta él.

Y no sé por qué os cuento todo esto. Ni por qué lo hago justo ahora que voy (mentalmente) camino de Málaga, a ese otro pueblo de playa en el que el estado de alarma retuvo a mis padres, el mismo destino (y los mismos padres) que, hace un par de años, me inspiraron esta postal basada en una conversación y hechos reales:

 

Bajé a la playa a última hora, en busca de un momento sin conflicto ni trama. En la arena apenas quedarían cinco o seis familias dispersas. Me situé entre las dos que estaban más alejadas, equidistante. Me senté, como los indios, mirando al mar.

Por delante de mi fueron entrando y saliendo de plano una señora con perro, dos surfistas, un padre con su hijo,… y tres pescadores de orilla que anclaron sus bártulos unos metros más allá. Todos pasaron de largo. Sin molestar apenas.

Al rato, se aproximó un matrimonio de mediana edad. Y se quedó demasiado cerca, como si no hubiera más playa. Así que, empecé a recoger mis cosas para largarme. Pero, mientras se instalaban cómodamente, oí que ella le decía: “estás errado”. A lo que él respondía: “¿con hache o sin hache? 

Y yo, que había llegado huyendo de conflictos y tramas, decidí quedarme por los personajes y por el diálogo.

 

En cuanto a la alquimia de las herraduras de buey, no estoy segura de que haya funcionado. Sí recuerdo la chamarilería de Sanabria, un destino al que, por cierto, también huyo en ocasiones. Como al Valverde de Lucerna de Unamuno o a Cervantes, un pueblo que está en la misma carretera, un poco más allá; otros dos viajes que ahora mismo me vienen a la memoria y que…….

A los que viajan, estos días, sin moverse de casa. Ánimo. Todo saldrá bien

A los que viajan, estos días, sin moverse de casa.

Ánimo. Todo saldrá bien.

#YoMeQuedoEnCasa

 

 

 

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6 comentarios en «Souvenir»

  1. He disfrutado leyéndote. He pensado que algún día tendremos que empezar a imaginar que regresamos a nuestras aburridas, duras a veces, otras insufribles, únicas, maravillosas vidas.

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    • Imaginar, hoy, es un regalo; «imaginar que regresamos», el principio de un cuento…; y hacer disfrutar a alguien, aunque sea un poquito, un alegrón. Muchas gracias, César!

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  2. Es muy entrañable por el ánimo que induce a pensar que los viajes pueden ser de muy variadas formas.
    Precioso relato.

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    • Cualquier detalle, sonido, olor,… nos puede transportar a un lugar, a un tiempo o a una persona. No sustituye el placer de estar allí de verdad, pero reconforta hasta que podamos volver a hacerlo. Muchas gracias, Pilar!

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  3. Ánimo, querida Laura. Felices viajes para ti también .Gracias compartir y por esas herraduras con tanta historia. Besos.

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    • Muchas gracias, María José. Deseando volver a encontrarnos pronto en alguno de tantos caminos. Ánimo! Besos.

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