La diferencia entre un aprendiz de escritor y un escritor propiamente dicho es que el primero quiere hacerlo cada vez mejor, sufre con sus errores y cuenta los días que le quedan hasta alcanzar la perfección, mientras que el segundo sabe manejarse en cada momento dentro del marco de sus limitaciones (que por eso mismo se va ampliando) y disfruta haciéndolo, sin preocuparse por arribar a ningún lugar.
Ahora bien, lo verdaderamente difícil es darse cuenta de eso y llegar a tenerlo interiorizado. No es exactamente difícil —de hecho, se trata de relajarse y disfrutar con lo que en verdad a uno le gusta—, sino que simplemente es algo en lo que no reparas, te pasa inadvertido. Y te pasa inadvertido una y otra vez porque tienes puesta la atención en otro sitio, que es justo en tratar de hacerlo cada vez mejor, en convertirte en un maestro en la materia, o en lo que tú te imaginas que es un maestro en la materia.
Hay una frase de un maestro budista (Khenpo Tsültrim Gyamtso Rinpoché) que dice: «No busques ser un experto; busca la experiencia». Y es que nuestros patrones nos conducen constantemente a querer convertirnos en expertos escritores, y aplicamos a ello tantísimo esfuerzo y atención que normalmente nos perdemos la experiencia, el gran tesoro que tenemos a cada instante, fresco, vital, nuevecito.
En el mismo anhelo de querer hacer mejor las cosas están implícitas las nociones de un pasado (en que las cosas se hacían peor) y un futuro (en que se harán requetebién). Entre una y otra noción se nos pierde el relámpago del presente, que es en realidad lo único válido con que cuenta el escritor para trabajar y en el que los conceptos de pasado y futuro no hacen más que entorpecer.
Cada uno de nosotros sabe perfectamente —si es honesto consigo mismo— hasta qué punto le compensa escribir, más allá de llegar a algún sitio o hasta qué punto llegar a algún sitio resulta no ser otra cosa que llegar a donde cada uno está (ni más allá, ni más acá).
Creo que es una pena quedarse enredado demasiado tiempo en las nociones de llegar o no llegar. Estaría bien en algún momento (porque en ese momento será cuando uno podrá decir que es escritor sin bajar la cabeza) superar esa dicotomía y escribir, sin más, relajados, cuando y como podamos hacerlo.
Isabel Cañelles
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