Como aprendices de escritor es importante que aprendamos a detectar —y a aceptar— el punto del camino en el que nos encontramos. Si un niño que está dando sus primeros pasos pretende correr los cien metros lisos, se estampará contra el suelo. Por suerte o por desgracia, los niños son más listos que los adultos.
Cuando practicamos la escritura, avanzamos por un estrecho e inestable tablón sobre el agua. A nuestra derecha asoma el cocodrilo de la autocomplaciencia. Si nos dejamos arrastrar hacia allí, daremos por bueno lo primero que nos salga, tomaremos la senda de lo cómodo, nuestros textos estarán plagados de tópicos y nos ofenderemos terriblemente si a alguien se le ocurre poner en duda su excelencia. A nuestra izquierda está el cocodrilo de la invalidación. Si caemos en sus fauces, nos bloquearemos a cada instante, todo lo que escribamos se nos hará incoherente y plagado de errores y careceremos del valor necesario para meter la pata. En realidad, es un mismo cocodrilo con dos cabezas, pues uno puede ir de un extremo al otro sin poder salir de ese agotador y mortífero vaivén.
Avanzar por el tablón consiste, sin embargo, en aceptar nuestras limitaciones (y también nuestras cualidades) en cada momento y ponerlas a nuestro favor para, dentro de esos límites, confeccionar el mejor texto posible.
Isabel Cañelles
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