Por mucha ilusión y empeño que pongamos en algo no existe garantía de éxito. Para la mayoría de los mortales el transcurrir de los días es una carrera de obstáculos: unos, externos; otros, que nacen de nosotros mismos. Desde niños nos enseñan que las recompensas siempre vienen precedidas de esfuerzos ineludibles.
Quien se decide a emprender la aventura de la escritura se encuentra ya de inicio con una barrera que parece insuperable: saber si está dotado para emular, o al menos aproximarse, a todos aquellos autores que tanto gozo le proporcionan al leerlos. Alcanzar tal certeza es imposible, por lo menos en esa etapa inicial; el camino al que se enfrenta, como dice la canción de los Beatles, será «largo y tortuoso».
Y no será ése el único obstáculo que tendrá que sortear. En esos momentos será el propio autor primerizo quien generará sus propias dudas y titubeos: «Soy demasiado mayor», «No tengo tiempo», «No tengo nada que decir»… Se encontrará en el momento álgido para decidir si continuar o abandonar la empresa.
No existe el «Manual perfecto del escritor primerizo», ni métodos infalibles; probablemente si se preguntara a algunos escritores consagrados sobre cómo superar esas barreras, cada uno respondería de forma distinta.
Sin embargo, hay determinados aspectos que aquel que emprende la senda de la palabra escrita ha de tener en cuenta.
Escribir no es tarea sencilla, pero si no se disfruta con ello se convierte en una tarea imposible. Cada cual tendrá que buscar ese momento en que no le defraudará ver la papelera rebosante de escritos desechados. Insistirá las veces necesarias hasta encontrar algo que se aproxima, siquiera levemente, a lo que busca. Perseverar es pues indispensable.
La meta está en conseguir que los momentos de escritura sean tan auténticos y tan gratos que no admitan comparación con cualquier otra de las actividades que nos abruman diariamente. Un mundo dentro de otro repleto de materialismo, incongruencias y falsas expectativas, un mundo en el que todo está permitido y en el que no hay que rendir cuentas a cada momento.
Nada hay más libre que la escritura, por lo que carece de sentido cercenar esa libertad con nuestras propias indecisiones. Se trata de escribir y… escribir, y las barreras caerán por sí solas. El éxito o el fracaso final, es un asunto distinto y ajeno al propio escritor.
Parafraseando el título de la excelente película de Isabel Coixet, la meta de cualquier escritor, consagrado o bisoño, sería alcanzar la «vida secreta de las palabras», su fascinante universo.
Por Juan José Añó
Colaborador de Relee