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LEAVING LLORET, subcrónica incompleta del I Foro de Nuevos Escritores.

De los días en que los flamencos sobrevolaban el cielo de Lloret de Mar solo queda en pie el Hotel Flamingo, una ave de ocho plantas, piscina tropical sin trópico y dos salas de fiesta donde los turistas extranjeros creen que el pasodoble se baila después de las cenas con sangría barata. Lloret tiene su noviembre particular, en el que parece una ciudad a la que al día siguiente le va a caer encima el fin del mundo. Lo comprobé recién entraba a la ciudad en coche, con todas esas personas y sus maletas que atestaban las aceras y esperaban impacientes y enormes —enormes sus bigotes, enormes sus barrigas, enormes sus camisetas y sus bermudas, enorme la palidez de su piel— la venida de autobuses de dos pisos y rótulos en idiomas extranjeros que los sacase de allí. La mitad de los carteles luminosos de las discotecas y bares estaban silenciados, como en una Las Vegas que no paga el recibo de la luz. Un tiovivo de dos pisos daba vueltas sin niños en una plaza sin viejos, pero sí con gaviotas y palomas.

Todos parecían huir y llegamos nosotros, los asistentes al “Foro de Nuevos Escritores”. En el hotel había dos recepcionistas y dos clientes siendo atendidos, una mujer y un hombre, que se miraron como a veces sale en las películas que se miran una mujer y un hombre. Lloret tiene una moderna Casa de la cultura, llena de carteles apelando al civismo, de sillas de colores y de puertas y escaleras que te llevan a muchos sitios a la vez. Los asistentes al Foro entrábamos y salíamos de sus salas, y hablábamos o escuchábamos o estrechábamos manos o acolchábamos mejillas a base de besos. Parecía que nos mirásemos a los ojos con la esperanza de que brotase una historia que contar. Eso sería más tarde. Antes hubo ponencias, mesas redondas, bufetes con arroz con leche cocido en jugo de garbanzos. De todo esto puede dar fe mi editora, Isabel Cañelles. La primera noche cenamos en una mesa para dos, como una pareja que aún se quiere pero que quizá no sepa que exhibir su amor en el Flamingo sea un acto de decadencia. El desayuno fue otro sol. Había otro bufete, zumo de naranja hecho de otras naranjas, otras compañías, otra luz alumbrando pupilas y mechones de pelo.

Seguía avanzando el Foro en la mañana del sábado. Llegaron Almudena Sánchez, Eloy Tizón y Daniel Monedero, con mil horas de vuelo y la sonrisa de quien ha vencido en una batalla indeseada, llena de aviones y de mostradores y de autobuses que admiran las curvas como otros lo hacen con las olas del mar en temporal. Y así, el Foro atardeció. Hubo más ponencias, una presentación del proyecto Relee rodeados de madera y hojas otoñales cayendo desde el cielo y hablaron Almudena y Dani de sus libros ante un público que sabía perfectamente lo que es el tiempo, cuándo se cogen las uvas y lo que tardan en madurar los racimos, pero quizá no se hubieran imaginado que a veces hay que esperar seis o siete años, o lo que es lo mismo, más de veinte estaciones, para que un libro esté listo para que lo publiquen. Dani lo dijo bajo el influjo de los jardines adyacentes a los iglús y Almudena también y a mí me pareció que hablaba con el rostro de cuando ella tenga cuarenta años y siga siendo tan guapa. Y como los sábados son idóneos para coger las cosas al vuelo, como si empalmaras un balón por el aire, nos fuimos de cena fuera del Flamingo y metimos un gol por la escuadra —acuérdense del empalme de bolea. Luego pisamos una discoteca con nombre extinto y soviético; vimos unos reservados VIP en los que, si te encontrabas mal, te podían facilitar un cubo verde que no hacía juego con el color de los sillones pero sí con los vestidos y las piernas y los cortes de pelo y la juventud etílica que sobrevive cada fin de semana a las embestidas del garrafón y las canciones intrascendentes más allá del verano y el mar atestado de medusas. Ocupamos una noche de sábado en una ciudad junto al mar, con nuestras alas y nuestras manos. Tomamos cervezas bajo una escalera que nos protegió de la lluvia y de un karaoke enfrente al que podíamos haber ido. Se puede ir a Lloret y no dejarse engatusar por el atractivo de los karaokes, igual que se puede ir a Lloret y no pisar la playa ni ver las bandadas de flamencos camino de África. Se puede pisar la ciudad y que, en la recepción del Flamingo, una mujer y un hombre se miren como en esas películas en las que uno sabe que, inevitablemente, ocurrirá algo que Woody Allen convertiría en película.

Kike Parra

Escritor y profesor de RELEE

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1 comentario en «LEAVING LLORET, subcrónica incompleta del I Foro de Nuevos Escritores.»

  1. Me encantó Kike. Estoy consiguiendo el teléfono de Woody para el próximo. Saludos.

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