(UNA COLECCIÓN DE MOMENTOS)
Junto a la gran morada sin ventanas´
junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.
BLANCA VARELA
Un día de invierno coleccioné una joven estatua de bronce en el jardín Botánico de Brooklyn. Con el brazo derecho, rodeaba una cascada de rosas rígidas –me recordó a la madrina que sujeta el cuerpecito de su ahijado muerto, aún vestido con el traje de cristianar. En la mano libre sostiene, a modo de exvoto, un gran reloj de sol. Luego en la huerta del jardín me topé con unas hojas de lechuga bien alimentadas y enhiestas, las arrugas jugosas. Y acaricié la vida incipiente de unos pezones diminutos, erectos en una rama primeriza. Me rocé con espinas moribundas que –de proponérselo- aún podrían herir. Me entristecieron las cabezas abducidas de los bonsáis, sus deformidades de miniatura de circo en el Museo del Bonsái. El aire traía consigo cierto olor a compost y ráfagas de alfiler. Mastiqué nieve.
Y las dos semanas el verano pasado en San Francisco con mi hijo Jaume. Estuve corrigiendo mi novela, vivíamos los dos en su estudio de Chinatown y todas las tardes cuando él regresaba de Mountain View nos íbamos a la Bahía a tomarnos un helado en la heladería de las dos vacas. Yo siempre me pedía el mismo: uno con muesli. El Bay Bridge estaba muy cerca, con sus formas de luces cambiantes. Me perdí las placas en honor a García Lorca y a la dinosauria Qiu Miaojin, en Castro, pero ese momento pertenece a una colección futura.
Estuvimos los cuatro en la habitación de treinta metros cuadrados, era cmo vivir en una casa reversible , semejante a esas prendas de doble faz
Un mes de julio, estuvimos los cuatro –Paco, nuestros hijos y yo- en la habitación de treinta metros cuadrados de Jaume junto a Prospect Park, y era como vivir en una casa reversible, semejante a esas prendas de doble faz: una la usábamos durante el día –con el cátering vegano, alguna silla y la mesa plegable naranja; literatura y gran película-; le dábamos la vuelta en la noche y en el suelo nos imbricábamos las cuatro bocas, los ronquidos, los cuatro pares de pulmones, las cajas de cartón, colchones y esterillas. En un cuarto piso sin ascensor.
Podría seguir.
Voy a imitar a Lobo Antunes citando a alguien; a Jim Jarmusch: “Authenticity is invaluable; originality is non-existent”. Y a Jean-Luc Godard: “No importa de dónde sacas las ideas sino el lugar al que las llevas”.
Mis últimos momentos de colección son de ayer, de anoche. A las cuatro de la madrugada me sonó el despertador para levantar a mi madre, y entonces se me ocurrió la forma de concluir un texto de símbolos, metaliteratura y árboles en bandeja que estoy escribiendo para el blog de Relee: su título transitorio es Mar calipso.
Un momento de mi colección es algo o es alguien que me acompaña, que me aporta o transmite o emociona o conmueve en un momento dado.
Decidí copiar el final taquicárdico de Bonsái, la novela de Alejandro Zambra. Apropiármelo. Pero esta mañana he pensado que no, que Mar Calipso acabará de otro modo. Y, horas antes de eso, antes de acostarme por primera vez, había descubierto que Martín-Santos en Tiempo de silencio se inventa adjetivos y uno es mideluésticas, que procede de Middle West –Medio Oeste americano-, como las cepas de ratones cancerosos con los que está investigando. Y voy y me invento el sustantivo desescalator. Un momento de mi colección es algo o es alguien que me acompaña, que me aporta o transmite o emociona o conmueve en un momento dado. A mí me vale; me vale mucho; lo doy por beltranísticamente bueno.
Un invierno está de parto y empuja, y será blanco y negro, pero para mí no. Él sí reclama su sitio. Él sí viene y va. Y tan a punto el invierno, y tan a punto nosotros, acechando, con estas ganas de romper.
1 comentario en «MIDDLE WEST»
A les cuatre del Mati el fi d’una novela??
M’ha sabut a poc.😘