Fue casualidad que ese día en la biblioteca quedara libre En la orilla, de Rafael Chirbes, para aterrizar conmigo dos días después en la orilla del cabo de Roche, en Cádiz. Después de enamorarme de Crematorio y de París-Austerlizt, tenía necesidad de leer la novela que de él más me había recomendado mi entendida y sabia amiga Marina: En la orilla.
Hace ya nueve navidades que mi familia y yo, junto con unos amigos de hace mucho más que nueve años, buscamos un lugar fuera de Madrid para pasar el fin de año. Durante cinco o seis días nos ausentamos del consumismo, del ruido, de los periódicos y las noticias terribles, de la contaminación, de los compromisos, de las obligaciones. Durante cinco o seis días vivimos casi aislados del mundo. Solo en nuestra compañía y en la de nuestros perros. Charlamos, bebemos cerveza y vino, preparamos comidas para las que se necesita paciencia, jugamos a juegos de mesa, salimos a tomar pescaito y tortillitas de camarón (cómo no, si estamos en Cádiz), paseamos en línea recta por la playa, nos mojamos los pies, qué fresca está la arena, miramos las estrellas, que, efectivamente, existen cuando sales de Madrid, nos reímos de la vida porque lo necesitamos ahora más que nunca, respiramos aire salado, y volvemos a charlar (ya nuestras conversaciones ya pueden ser de ocho, porque nuestros hijos se han hecho mayores y también quieren contar); después de las uvas bailamos hasta las tantas con la bola de luces de colores que se lleva Andrés a todos lados por si surge alguna fiesta. Nos llevamos bien. Nos queremos. No hay discusiones porque no merecen la pena. Son cinco o seis días para el goce y la paz.
Sin embargo, no consigo que haya paz dentro de mí. He empezado a leer a Chirbes. Me pesa demasiado En la orilla. Las reflexiones del personaje me colocan en la conciencia de pertenecer a este mundo putrefacto y al género humano, tan contradictorio. Una desazón que me acompaña en mis paseos por el maravilloso entorno natural en el que he venido a pasar el fin de año. Un entorno que se asemeja al escenario en el que se desarrolla la historia. Aquí no hay pantano, pero se huele la especulación urbanística de la que soy cómplice porque he alquilado una casa en unos terrenos dedicados al cultivo y que están siendo esquilmados por casas dedicadas al rollo turístico. Cuando paseo a los perros, nos sacan los dientes otros perros encerrados de por vida en unos chalés ostentosos y medio muertos que disimulan vida con una diminuta bombilla y que me inquieta mirar. Son feos. Me rodean muchos invernaderos. También en la novela se especula con los trabajadores de los invernaderos, y con los de las obras. Se especula con todo. Chirbes se cuestiona este mundo, el que tenemos cerca y tocamos con los dedos cada día, y saca a relucir aquello que duele y que no tenemos ganas de ver. Eso es lo que me enamora de su escritura, y pero me remueve. Alguien decía de él que en lo que escribe hay «belleza y violencia en cada palabra». Es cierto. Esta es la literatura que me interesa. Aunque me haga pupa. Esa forma de escribir, la verdad de los personajes y la modernidad rompedora de la estructura de la novela, las reflexiones aplastantes y lúcidas y tiernas también. Leerle es enriquecedor y a la vez desconcertante, duro.
Mi último día en Roche. Estoy sentada en la playa, apoyada en una de las rocas que perfilan la cala, y tengo a Chirbes en la mochila, pero me resisto a abrir el libro. Prefiero escuchar música. Quique González está bien. Música alta. Los cascos me aíslan, aunque el rugido de las olas se cuela hasta mis oídos. En la orilla, mis hijos posan divertidos en infinitas posturas mientras su padre, entusiasmado, les hace fotos, click, click, click, hasta cien veces click. Atraviesa el cielo una bandada de cinco pájaros, cinco exactamente, son pocos para ir en formación, ¿no?, en un triángulo tan perfecto. Uno en el vértice y dos a cada lado. Escucho las risas de mis hijos. Me gusta verlos divertirse. Su risa me contagia y pongo la música más alta. Qué alivio.
Clara Redondo
Escritora y profesora de RELEE
2 comentarios en «Alivio»
Me gusta mucho, como y que escribes.
Besos
José
Gracias, me alegro de que te guste, José.