Escribir sobre el amor no es nada fácil, al menos sin caer en los tópicos o en la cursilería. La mayoría nos hemos enamorado alguna vez, obsesionado con una persona que no podemos quitarnos de nuestra cabeza, con la que deseamos estar a todas horas, hablar, acariciar o besar. Dicen que el amor dura meses, como mucho un par de años, es difícil mantener más tiempo ese estado tan extraño, ese sentir la vida a través de la persona amada.
Pero hay casos de amores obsesivos que duran años, y con uno de ellos se atreve Stefan Zweig en Carta de una desconocida (1922), una novela corta que se reduce a una carta escrita por una mujer muy enferma en la Viena de primeros del siglo XX. Pero vaya carta, es un impresionante monólogo interior, escrito por una persona que sabe que va a morir, desde la inferioridad de clase y de género.
La mujer escribe al lado del cadáver de su hijo muerto de gripe, seguramente la mal llamada “gripe española” de 1918-20, que mató a entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo, la mayor pandemia de la historia humana. Como Europa estaba en guerra, y sólo en España no había censura y se hablaba en la prensa de la gripe, por eso se la llamó “española”. En realidad, la gripe la trajeron los soldados norteamericanos que vinieron a Europa a luchar en la Primera Guerra Mundial.
La mujer nos habla con una enorme sinceridad, con un gran desgarro interior, dando la trama un par de estupendos e inesperados giros que nos mantienen en vilo hasta el final.
Judío en Viena en la época de Freud y Billy Wilder, Stefan Zweig escribió biografías como María Antonieta, novelas como La embriaguez de la metamorfosis y Novela de ajedrez, y obras tan fascinantes como Momentos estelares de la humanidad. Y se exilió a Brasil ante el ascenso del nazismo (donde se suicidó en 1942), mientras Freud se fue a morir a Londres, y Billy Wilder prefirió Hollywood, donde dirigió algunas de las más famosas películas de la historia.
Se han hecho varias adaptaciones al cine de Carta de una desconocida, una mexicana o la estimable china de 2004: Carta de una mujer desconocida. También una serie de televisión francesa o una ópera rusa, el tema del amor es muy universal. Pero la mejor es sin duda la rodada por Max Ophüls (de ascendencia judía y también exiliado) en 1948, con Joan Fontaine y Louis Jourdan. Sí, la misma maravillosa Joan Fontaine de Rebeca o de Sospecha, esa que le encantaba a mi padre, aunque coincidía más con él en la Gene Tierney de Laura.
Probablemente la mejor película de Max Ophüls, que también rodó joyas como Madame de…, o La ronda, y era tan admirado por Truffaut. La puesta en escena es de una belleza plástica impresionante, con unos decorados barrocos que muestran una Viena expresionista y un poco fantasmal. Un guión meticuloso y bien hilvanado, una preciosa fotografía, y una cuidadísima iluminación, contribuyen a que deleitemos esta obra maestra.
Eso sí, si no eres romántico, si eres de esas personas que dicen que no se han enamorado nunca, quizás mejor que no leas el libro ni veas la peli. Todos los demás, esos que hemos disfrutado y sufrido alguna vez con el amor, que hemos soñado tantas veces despiertos con amores posibles o imposibles, no olvidaremos nunca Carta de una desconocida.
Mariano Baratech
Sociólogo y colaborador de RELEE