Manual de jardinería (para gente sin jardín) | Daniel Monedero

13 Matías Candeira No busquen al violonchelista aseado. Manual de jardinería no contiene un lenguaje que produce , que narra con molduras, que se decanta para estar siempre presentable. En el fondo, sus cuentos aman tanto las palabras que las sacan de la realidad y nos las devuelven repletas de malas hierbas, hilazones, facetas, prismas profundos, hojalata, virutas de madera. Sólo respeto a los escritores como Daniel, que han perdido toda esperanza de volver a hacer la comunión con su uniforme demarinero, sabiéndose la oración hasta el final. Además, he leído ya miles de relatos en mi vida como para saber cuándo me encuentro frente a un jardín auténtico. Abandonado y floreciente en la última luz —tanto lo repetiré, para que se les quede—, cuando los jardineros y la municipalidad lo dan por acabado. Así tiene que ser. Quizá el secreto de este libro (sospecho que destinado al culto) sea precisamente ese: dejarnos acompañar por una sabiduría festiva que se camufla en el lenguaje, la única alquimia que el cine o la pintura son incapaces de reproducir con la correspondencia estética de la literatura. No, no se puede uno fiar de ciertos autores nuevos, porque algunos como Daniel suenan tan hermosamente bien que parece que llevaran años dando pasos acrobáticos de baile y localizando las mejores sintonías en la radio del porche. Es verdad: este libro tiene varios porches, decenas de crepúsculos y alguna radio antigua, es decir, que está lleno de sobornos más que necesarios para soportar la vida. Mi conclusión es clara. Leí, dejé que Daniel me leyera, permití en mí otras vidas (y poder ser Wislawa Szymborska, a qué negarlo, no está nada mal). Esa noche de lectura hice una fiesta en el jardín, que nadie vio, pero que fue la más humana y la más feliz de todas las que jamás he celebrado.

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