Lo que no está | Jesús Barrio
13 Ricardo Menéndez Salmón absurdo pestañeo de una estatua») y fruto de una obsesión casi metafísica («La senda transversal»). Y los notarios de esa muerte adoptan diversas encarnaciones: testigos aproximados (un pintor para turistas, un tribunal de enfermos de literatura) o interesados (un hermano incestuoso, una esposa despechada), pero también narradores indirectos, lejanos, amorales en su neutralidad. La muerte se masca por cercanía o se procura por distancia, pero siempre, indefectiblemente, agita esa embarcación que sobrevive entre dos aguas. La muerte, parece sugerir Barrio, es la invitada perpetua que ni vacila ni juzga, sino que se limita a señalar, y a la cual la literatura, en gran medida, se debe. No se agota sin embargo este notable libro en la narración de las partidas, sino que apunta a otros convidados, negocia otros cronomapas. Barrio al- canza sus mayores logros cuando su voz, que no oculta sus modelos (obvios como el Onetti de Los adioses en «Mais uma noite» o el Cortázar de las paradojas espaciotemporales en «El absurdo pes- tañeo de una estatua»; otros quizá inconscientes, como en el relato de clausura, «Final de trayecto», casi una recapitulación de «El túnel» de Dürrenmatt), accede a esa compleja escuela que es la reflexión acerca del estatuto de la realidad y sus alias: la rea- lidad aumentada, la realidad mejorada, la realidad refutada. Algunos de los más maduros relatos de Lo que no está son aquellos en los que la mencionada rea- lidad se transparenta en su forma más desnuda y problemática, ese lugar agradable pero en el que, según apuntó John Barth allá por los años 60 del pasado siglo, la literatura nunca ha querido perma- necer durante mucho tiempo.
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