Normas de inseguridad | Almu Ballester
15 Clara Obligado No me conmueven particularmente los cuentos con gran despliegue de cotillón gótico ya que (creo), si bien nuestro mundo es terrible (terrible y mágico a la vez), desentrañar el horror tiene que ver más bien con el abismo de la jornada normal que con los acontecimientos notables. Es decir, disfruto más con los cuentos que están en la estela doméstica de Chejov, Mansfield, Munro (oh, la granAlice), Lorrie Moore, que con aquellos en los que la exhibición de casquería, de moralina o de manipulación lleva al lector a emocionarse. Cómo no, impresionables so- mos todos. Como en el circo, creo que es más difí- cil, mucho más difícil, lograr aplausos con un gesto preciso que con un triple salto mortal. Lo mínimo como metáfora. El dato escondido. El misterio de los ingredientes de aquella maravillosa receta de cocina que probé en un restaurante y que no sa- bría definir, porque no puedo delimitar los sabores, separar del conjunto la amalgama de ingredientes que revientan en un placer final. Siento ganas de abrazar a Sofía, de dejar el proyecto de pan y amasarla a ella. 2 La transmigración de los sentidos, donde el cuerpo es masa, el texto, cocina. Y, por supuesto, paladeo los relatos que respe- tan a rajatabla aquella famosa máxima que dice: «Muestra, no digas», y que proceden por acumu- lación de escenas, no por la explicitación de lo que el lector debería interpretar. Alguien dijo alguna vez: «El personaje acierta siempre, cuando habla, y cuando calla. El autor acierta solo cuando calla». O sea: un texto desprovisto de ampulosidad, de deta- lles ornamentales o de anécdotas estrepitosas. De 2 «Impulsores químicos».
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