Normas de inseguridad | Almu Ballester
14 Prólogo es decir, que solo valoran aquello que se les pare- ce. No me sucede así. Claro que hay textos que me conmueven más que otros y me apasiona el buen andamio de una estructura. Pero siempre he leído con placer aquellos relatos que emergen de un es- pacio en el que parece que no pasa nada. Si fuera escritor, pondría en papel las historias que atrapo a diario. Las historias que hay detrás de la gente. 1 Es decir, reformulando mis ideas: me gustan los cuentos precisos y que, poco a poco, me obligan a asomarme a un abismo cuando yo sentía que me estaba asomando a una ventana. Para los antiguos trágicos, lo que merecía ser contado tenía que ver con lo extraordinario, lo ex- cesivo, y lo representaban de manera evidente para un público atónito que, sentado en las gradas de piedra, asistía estremecido a una lección ejemplar. Representar lo anómalo con bombos y platillos. Volver a casa temblando de pavor. Adoro a los trá- gicos, pero me parece que, hoy por hoy, es muy di- fícil digerir a los contemporáneos que hacen gala de una literatura altisonante. Tampoco estamos para que nadie nos de leccio- nes. Si hay algo que francamente detesto en la lite- ratura es cierta moralina con la que un autor o auto- ra, que se esconde tras el texto, después de dividir a los personajes entre buenos y malos, hace que nos sintamos reconformados, porque somos —cómo no— parte de los justos. Es una literatura que re- afirma los tópicos y que a mí, en particular, no me interesa. Bendita sea la misteriosa perplejidad. 1 «Aprovecha y vete en paz».
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