Los motivos del fuego | Juan Carlos Muñoz

18 Prólogo residuo moral que el lenguaje esconde por debajo de su alfombra. Leemos buscando la suciedad qui- zá con el ingenuo afán de exterminar los ácaros. 18. Sin embargo, nada es tan fácil, porque la pará- bola ascendente que sube a los personajes a una al- tura que siempre será modesta, frente a esos otros personajes que siempre son anónimos y que llevan enganchados a los dedos hilitos de nailon invisibles para mover nuestros bracitos y nuestras lengüeci- tas, esa parábola ascendente que de pronto se des- ploma rompiendo una familia y toda su seguridad —su fantasía de libertad y de bienestar—, la deriva de esa familia que es la metonimia de un país en- tero —de muchos países tan similares a este—, esa línea desplomada hacia el infierno de los bailari- nes y los diablos siempre sustituidos por otros dia- blillos ávidos de monedas y pucheritos mágicos, vuelve a ascender un poquito, de modo que toda esta novela, pese a su contundencia ideológica y su valoración de las tesis, acaba adoptando la línea de entonación de una pregunta. Arturo supera su momento de locura, Arturo vuelve a integrarse en el sistema, Arturo sale del abismo y el anticlímax, Arturo remonta, ¿remonta? 19. La desgracia es un espectáculo, pero no debe- ría serlo. Hay distintas maneras de representar la desgracia. El modo inmoral de representación de la desgracia se identifica aquí con la telerrealidad. El artefacto narrativo —autorreferencial a ratos, cer- vantino, interrogativo, de tesis, redundante, diver- tido, incómodo…— que propone esta novela resulta más adecuado en su contravención de las normas del canon narrativo y literario actual. El autor es a la vez un dandi y un franciscano. Alguien que se co- loca en un altillo —que le permite ver bien y le da

RkJQdWJsaXNoZXIy MTQwOQ==