Error 404 | Varios autores

11 Juan Jacinto Muñoz Rengel rino, el helicóptero, las naves espaciales, los motores eléc- tricos y de explosión, las armas de destrucción masiva o el ascensor, no eran por lo tanto fruto del don de un profeta, sino las certeras proyecciones de un escritor con los pies en el suelo, con gran fe en la ciencia y talento visionario. En cambio, H. G. Wells (1866-1946) no se mostraba tan preocupado por ceñirse a los rigores de lo dable. Más bien al contrario, con sus libros logró eludir la literatura de anticipación para adentrarse en la ciencia ficción maravi- llosa. Cuando concibió La guerra de los mundos , su voluntad no era en absoluto predecir una invasión marciana, sino recrear el escenario donde poder dar rienda suelta a una épica fabulosa, que enfrentara dos especies inteligentes y, de paso, nos hablase del imperialismo, de la hipocresía de la sociedad victoriana, del sometimiento de otros pueblos y de la naturaleza humana. Y lo mismo podríamos decir del resto de sus novelas, ¿creía Wells en la inminente posibili- dad de los viajes en el tiempo? ¿Pensaba con franqueza que era viable la invisibilidad? ¿O eran meras excusas para dar cauce a las pulsiones de su imaginación? Incluso cuando ensayamos mundos completos, socie- dades adversas basadas en la nuestra, el peor de los futuros posibles, lo importante no es solo acertar. Ni siquiera la lite- ratura distópica tiene ese como el primero de sus fines. En la mayoría de los casos —al margen de otras aspiraciones estéticas o literarias— es mucho más útil ofrecer un modelo del que alejarse, que consiga alterar nuestra fatal inercia, que ver tus predicciones cumplidas. Hoy podemos decir que el indeseado futurible conjeturado por George Orwell en su 1984 ha quedado atrás en nuestro horizonte de expec- tativas y, en cierto sentido, podríamos considerar la trama de su novela como obsoleta. Sin embargo, ¿hasta qué punto podemos estar seguros de que la disolución de las repú- blicas soviéticas y la caída del muro de Berlín no tuvieron nada que ver con la obra de Orwell? Nuestra idea contem- poránea del comunismo, así como nuestros temores, se han

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