Lo llamaré frontera| María José Beltrán

13 Jordi Doce de algún cuento de corte más realista (es un decir: «Cierto grado de humedad», el perturbador «Voz amapola») logra romper el hechizo. Es el cuaderno contable de una imaginación que no ha perdido el contacto con su fondo onírico, que pone palabras a la gramática del deseo y se complace en el desvío, el capricho, la posibilidad. La prueba está en esos fina- les extraños y memorables, muchas veces estáticos, hechos de frases cortas, de sintagmas truncos, que se niegan a decir nada a las claras y se abren hasta diluirse. Como en el poema célebre de Keats, el lec- tor acaba preguntándose: «¿Fue una visión o fue un sueño en mi vigilia?». Pero la pregunta va siempre acompañada de una sonrisa, porque el asombro o la extrañeza de quien lee estas páginas nunca es mayor que su sensación de confianza. Algo hay aquí, en la inteligencia de la prosa, en la lógica singular pero coherente que rige los hechos y las acciones de los personajes, que no defrauda, que nos toma del brazo desde la primera línea de la historia y nos conduce amable pero firmemente hacia su conclusión. Es frecuente en estos cuentos (me resisto a lla- marlos relatos porque el término no hace justicia a su filiación imaginativa, colorista, su gracia narrativa que no abdica de la metáfora, la imagen resonante, el trabajo insistente y subterráneo de los símbolos) el motivo de la grieta, de la hendidura: una grieta que a veces se expande y se convierte en gruta, en cueva, como esa, oscurísima, que se abre detrás de la bestia en el famoso cuadro de Uccello de San Jorge y el dragón ; o que adquiere carácter de cepo, de trampa inesperada; o que toma forma de hoyo, de bache, de cráter capaz de engullir a los personajes; o que in- cluso, en una de las elaboraciones más sorprenden- tes del conjunto, es la V de las casas invertidas que hunden sus tejados en la tierra en «Huracán Sha-

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