Lo llamaré frontera| María José Beltrán
16 Prólogo En todo caso, son síntomas de una locuacidad ner- viosa que convive con su reverso, la obsesión con el silencio, la mudez (véase la «mujer muda» del cuen- to «Flores volcánicas»), la conciencia de cuán difícil es hablar con justeza, con precisión. Como exclama- ba el Prufrock de Eliot, «¡Me es imposible decir del todo lo que pienso!». Pero no hay desaliento en la constatación, sí un punto de coquetería, y sobre todo la voluntad de convertir este ejercicio de tanteo en un juego, de abordarlo con espíritu lúdico, como si fuera justamente esta imposibilidad la que provoca o sostiene la escritura. Lo llamaré frontera está obsesionado, desde su mis- mo título, con la idea de borde, de límite, y más en concreto con la distancia entre uno y los demás, en- tre el personaje que habla o que protagoniza cada cuento y los demás, a los que se percibe como par- te de grupos bien demarcados, como miembros de clubs exclusivos a los que no se tiene acceso. Ya en el cuento inicial, el vagabundeo de la protagonista, perdida no sabe cómo en un bosque, la conduce a un pueblo curioso: No tardo en divisar un grupo de casas, la torre de un campanario y un gran descampado donde percibo mucha movilidad […]. Cuanto más cer- ca del descampado estoy, más notorio me resulta que esa gente, de alguna manera, está clasificada. Cada colectivo parece pertenecer a un microcos- mos distinto. […] Esos colectivos se organizan otras veces en forma de sociedad (como en «Un mundo más batracio») o de colonia (término que aparece con frecuencia, pero que adquiere entidad en «Posiblemente violeta»), y el yo establece con ellos relaciones de atracción o de
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