Lo llamaré frontera| María José Beltrán

14 Prólogo ndy». Es la fisura por la que se cuela Alicia, el aguje- ro que permite a los mundos comunicarse. Aparece muy pronto, en un cuento de hermoso título —«Los árboles creyentes»—, y lo hace con rotundidad, sin equívocos, estableciendo la clave musical del con- junto; una clave que, en rigor, es un tono de voz: Ayer vi una grieta en el huerto, Marlon. De un pie y medio de anchura. Eso es mucho para una grie- ta, Marlon. Dentro de la grieta había oscuridad. Se oía el murmullo del agua, muy lejano, muy al fondo. Pero juraría que percibí pequeñas piernas y brazos, de plástico o cera, que se agarraban a las paredes. […] Son esas grietas las que dislocan la percepción y nos ofrecen, por ejemplo, una visión inquietante y casi fe- tichista del cuerpo humano: esas «pequeñas piernas y brazos, de plástico o cera», que preludian la apari- ción de la muñeca de tamaño natural y largas y densas pestañas, o que explican, más adelante, las constantes mudanzas que experimentan los cuerpos en respuesta a la intensidad de la percepción, como hacia el final de «Posiblemente violeta»: «Tus miembros se estiran, se ensanchan, oyes cómo bullen. Es tu cuerpo que fer- menta. Todavía sientes que afloja mucho después de regresar junto al chico». Si para Elias Canetti el poeta era «el custodio de la metamorfosis», entonces este libro es decididamente poético en su afán por regis- trar con delicadeza y casi amorosa atención el carác- ter voluble del cuerpo que percibe y se emociona, la vibración psicosomática —no se me ocurre mejor ad- jetivo— con que registra cada mínimo cambio de su entorno. Y el entorno, quiero decir, la naturaleza —el mun- do oscilante y en perpetua transformación de plantas,

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