Cuando hablo del tema de la abstracción, tengo la impresión de repetirme como el ajo, y no sé ya lo que he dicho y lo que no. Pero también creo que es necesario repetir las cosas, actualizarlas. Es normal que los caballos de batalla vuelvan una y otra vez. Por eso son caballos de batalla, claro, si no serían poneys domesticados.
Cuando hablamos de concreción, estamos hablando de un recurso narrativo, y también poético. La poesía puede parecernos que se apoya más en sentimientos y reflexiones abstractas, y sin embargo los mejores poemas están cargados de imágenes y figuras relacionadas con los sentidos. Cuando hablamos de concreción, pues, hablamos de la forma más directa de llegar al lector y conseguir su empatía. No es incompatible hablar desde un yo y concretar aquello de lo que se está hablando. «Estoy apenada», «estoy feliz», «estoy desesperada» no garantizan en absoluto la pena, la felicidad, la desesperación en el lector. Hay que cargar dichas expresiones de vitalidad, y eso solo se puede hacer acudiendo a la concreción, a lo personal, a lo íntimo que, curiosamente, nos remite a lo universal.
Cuando estamos aprendiendo a escribir, en nuestra forma de narrar hay aún ciertas tendencias que provienen de la inercia, de falsas ideas sobre lo que es literario y lo que no lo es, etc., pero que no son necesariamente las más adecuadas en narrativa, o en cada narración en particular. Eso es justo lo que se trata de ir sacando a la luz y trascendiendo en un curso de escritura. Si a mí me entregan un texto plagado de abstracciones pero que funcione, me levantaré el sombrero y trataré de aprender de él, de cómo puede ser que funcione. Pero si no funciona, entonces también tendremos que ver por qué.
Hay muchos escritores (incluso buenos escritores) que introducen abstracciones en sus textos, digresiones, explicaciones, etc. Hay autores que parecen romper con las normas y contradecir todo aquello en lo que venimos insistiendo en los talleres a lo largo de los años… y sin embargo funcionan. Chapó. También tenemos que aprender de ello y por eso yo suelo usar este tipo de textos para realizar periódicamente análisis textuales.
Pero todo aprendizaje tiene unas etapas, y si tratamos de saltarnos alguna lo que ocurre es que en la siguiente no tendremos la base suficiente para crecer. Si un músico pretende ponerse a improvisar jazz sin saber nada de solfeo y armonía, su improvisación carecerá de inspiración y de fuerza. Las rupturas, como su propio nombre indica, «rompen» con algo. Ese algo hay que saber lo que es y manejarlo para que, cuando rompamos con ello, sepamos qué darle a cambio al lector. Podemos escribir un relato que rompa con la estructura tradicional, o que no se rija por el principio de causalidad, o que no tenga personajes, pero si no sabemos bien cuál es la estructura tradicional, por qué funciona el principio de causalidad o el importantísimo rol que cumplen los personajes en la narración… ¿en qué nos basaremos para escribir ese relato?
Por eso (y aquí entramos ya en mi propia forma de enseñar, con la que se puede comulgar más o menos, por supuesto) yo trato de que queden bien claras las bases narrativas, las herramientas que ha puesto a nuestra disposición la literatura —filtrándose a lo largo de siglos y siglos—, el pentagrama de la ficción. Si se tratara de escribir por medio de abstracciones, ¿qué sentido tendría trabajar con personajes concretos, hablar de la metáfora de situación, de la visibilidad, de los diálogos, de las unidades narrativas, de la voz del narrador y de prácticamente todas las técnicas que estamos aprendiendo? Hay que tener una noción primero de qué herramientas tenemos para narrar, y saber usarlas. Entonces, ya sí, habrá llegado el momento en que el alumno o alumna sepa cuándo y cómo introducir una digresión (que refuerce la trama y no la disperse), una abstracción (que sintetice y cobre valor en función de todo lo concreto que la rodee y no venga a sustituirlo) o una explicación (que sea interpretable por parte del lector y no sirva para evadirse de mostrar lo sucedido).
Y muchas veces lo que ocurre con las abstracciones es que: a) le restan fuerza interpretativa a otros fragmentos y secuencias que transmiten perfectamente (y sin intermediarios) lo que se expresa con dicha abstracción o b) con ellas se elude la labor de concretar más las escenas.
Como ejemplo de abstracciones pertinentes siempre pongo el de El principito. Si no nos hemos leído el libro y escuchamos la frase «Lo esencial es invisible a los ojos», podemos entenderla, e incluso a aplicarla a alguna experiencia vital, pero será difícil emocionarnos con ella, que su sentido nos recorra de cabo a rabo, experimentarla (de alguna forma). Sin embargo, cuando la leemos dentro de su contexto, después de haber acompañado al narrador y al principito a lo largo de sus aventuras, después de haber conocido a la rosa, después de haber atravesado diversos planetas, después de haber asimilado la metáfora de la boa y la del cordero, para a continuación completarla con las de las estrellas, el desierto y el pozo… entonces nos plantan esa frase dentro de ese universo y no funciona a modo de explicación, sino de síntesis perfecta de todo lo leído, o sea, está llena de color, de vida, de significación profunda, dentro está la rosa y el cordero y las estrellas y un montón de cosas de nuestra vida que, siendo esenciales, no veíamos hasta este instante, hasta esta décima de segundo.
Ese es el tipo de abstracciones que podemos insertar en nuestras narraciones, pero como pequeñas gotas de esencia de un raro y valioso perfume. Si tratamos de escribir un texto basado en ese tipo de sentencias, se convierte en una naturaleza muerta.