Supongamos que todos tenemos una gallina en casa por persona, al fin y al cabo, hay tantas gallinas ponedoras como españoles. Podemos elegir si la nuestra es blanca o marrón, robusta o delgaducha, y si la tenemos en la terraza, en el cuarto de la lavadora o en el jardín.
La daríamos de comer piensos especiales, que compraríamos en tiendas especializadas de comida para gallinas. La sacaríamos a pasear por la mañana y por la tarde, la lavaríamos y cepillaríamos, y cada vez que pusiera un huevo, lo celebraríamos con un aplauso, y le daríamos un “premio” como los que damos a nuestras mascotas.
La llamaríamos Claudina, Paulina, o Alfonsina, y por las noches le daríamos las buenas noches, y la arroparíamos con una pequeña manta las frías noches de invierno.
Seguro que la cuidaríamos mejor de como las tratan en las granjas españolas, donde ahora, 93 de cada 100 de nuestras gallinas están en jaulas pequeñitas, donde se pasan toda su vida sin salir, hacinadas, cebándose para ser unas eficaces ponedoras. Si las tuviéramos en casa, las mimaríamos como a nuestros perros y gatos. Incluso como a nuestros peces.
Pero como no las tenemos en casa, no nos importa que estén en jaulas y tengan una vida miserable. Y para qué vamos a pagar unos céntimos más por comprar huevos de gallinas de corral. Total, son gallinas. Los alemanes prácticamente solo comen huevos de corral (más del 90%), pero es que los alemanes son ricos. Bueno, o piensan en las gallinas.
Imagina que tu gallina es blanca, elegante, pasea por la granja a su antojo con su majestuoso porte, y pone unos huevos amarillos muy sabrosos. Piensa en tu gallina cuando saborees tus próximos huevos fritos o disfrutes una rica tortilla de patatas.
Mariano Baratech
Sociólogo y colaborador de RELEE