No es fácil estar atentos a la vez al detalle y al conjunto. De hecho, el verdadero dominio de la técnica consiste en eso, en poder tener una visión de conjunto sin descuidar el mínimo detalle de forma simultánea. Pero para llegar a ello no queda más remedio que ir poniendo la atención primero aquí, luego allá… lo que conllevará por necesidad que haya otras cuestiones que se descuiden. Poco a poco, como los malabaristas, lograremos tener cada vez más pelotas en el aire, y en unos cuantos años o lustritos de nada, lo haremos con antorchas.
Pero, de momento, lo que no tiene mucho sentido es, por ejemplo, experimentar con la teoría del iceberg cuando aún nos flaquea la estructura clásica de introducción, nudo y desenlace. Quizá antes de trabajar con lo que no se ve, haya que aprender mostrar con eficacia. Cuando uno tiene ya bien dominado el asunto de la acción y de la trama (cómo transmitir a través de una línea de acción una línea subterránea de significado que atraviese el relato), entonces puede comenzar el juego de ocultar elementos importantes que el lector pueda deducir.
Pero hay que tener en cuenta que, si se quiere contar algo de forma omitida, no se ha de ocultar sin más (eso supondría interrumpir la narración de la historia). Hay que darle al lector algo a cambio, y eso que se le dé a cambio es lo que ha de señalar hacia el hueco, hacia aquello que no se dice, hacia aquello que está omitido. Hay muchos buenos relatos en que lo que se dice en la historia es lo de menos, y pesa mucho más lo que no se dice. Pero el lector no podría llegar a lo segundo sin lo primero.
Hay veces que en un texto lo más importante de la historia se ha ocultado ex profeso, pero lo que se nos da a cambio no es suficiente para iluminarlo, para darle vida, intensidad. En esos casos, suelo recomendar al autor o a la autora que se olvide de la teoría del iceberg y, simplemente, nos “muestre” la historia.
Entonces suele salir a la luz que si no lo había hecho así era porque pensaba que, si se ponía a contarlo «todo», aburriría al lector. Y esto suele provenir de la confusión entre «explicar» y «mostrar». Siempre que mostremos las acciones de los personajes apuntando a un conflicto y una trama interesantes, el lector no se aburrirá, porque le daremos la opción de introducirse en la historia y vivirla, en lugar de inducirlo a que se dé por enterado mediante una serie de datos de segunda mano y «explicarle» cómo los tiene que entender.
En definitiva: vísteme despacio, que tengo prisa. Si tenemos problemas para mostrar nuestras historias, lo mejor es que estos salgan a la luz cuanto antes para poder solventarlos, en lugar de escudarnos en formas de narrar más avanzadas a las que aún no podemos dar alcance.
Isabel Cañelles
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