Aprender a narrar es ir descubriendo que entre lo que uno tiene en la cabeza, lo que aparece en el papel y lo que interpreta el lector no ha de haber de entrada apenas similitudes. Que las similitudes, por decirlo de algún modo, hay que sudarlas, y eso es precisamente aprender a narrar.
Lo primero que hemos de hacer, pues, es captar esa distancia entre lo que queríamos contar, lo que hemos contado y lo que le llega al lector. La primera reacción será echarle la culpa de dicha distancia al lector, por inepto, y recomendarle una relectura más pausada. Una vez superada esa etapa, puede que en la fase de revisión nos podamos identificar más con ese lector de fuera. Así, poco a poco el lector «ajeno» se va convirtiendo en una segunda piel, y mientras escribimos no solo estamos dentro de los personajes, sino identificados con alguien que está leyendo aquello con mirada inocente.
Es un proceso largo que no se puede forzar. Lo mejor es tomárselo con calma y aprender de los comentarios de los demás, que serán los que nos señalarán esa distancia que hemos de ir acortando poquito a poco. Pensad que si fuera tan sencillo mostrar las tramas sin explicarlas, de un modo sutil y a la vez visual y claro, todos seríamos unos maravillosos escritores, y a eso le otorgaríamos el mismo mérito que a freír un huevo.
Isabel Cañelles
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