(Prólogo del libro En pocas palabras, de los alumnos y alumnas de los talleres de RELEE)
Los autores y autoras de este libro son muy valientes. Este es el primer adjetivo que me viene a la cabeza para designarlos. Aunque «valiente» es, ciertamente, sinónimo de «escritor». Hay que ser valiente para emprender —pero sobre todo para proseguir— un camino en el que las excusas no valen ni vale el autoengaño, en el que lo único que vale es caerte al vacío, darte de bruces una y otra vez y percibir con claridad todos los matices de la caída. Recuerdo que hace tiempo leí una entrevista hecha a uno de los mejores funambulistas del mundo. Decía que no aprendías a ser funambulista guardando el equilibrio sobre la cuerda: aprendías cayéndote. Y (todos lo sabemos) a nadie le gusta caerse. Es desagradable y duele (en el cuerpo y en el orgullo). Sin embargo, todos los autores y las autoras de esta antología le han ido cogiendo el gusto a caerse, levantarse y continuar andando. Todos han aprendido a percibir que en eso de la caída hay mucho de libertad (por algo lo llamarán «caída libre»). Casi todas llevan años en el entorno de los talleres literarios. Conocen quizá mejor que nadie hasta la más diminuta piedra del camino que hay que recorrer.
Por eso en este prólogo más que dar un discurso desde el punto de vista de la que enseña o la que elogia, me gustaría que ellos mismos te contaran desde el punto de vista del que aprende sus percepciones del trayecto, ya que en el arte de aprender ellos son los maestros (y el resto más vale que agachemos la cabeza y escuchemos con humildad).
Una de las partes fundamentales del curso Especializado de Narrativa (online y presencial) que impartimos en RELEE lo consistuye un trabajo a fondo con el relato que se publicará en el libro (en este libro). Nos tiramos unos cuantos meses seleccionándolo, dándole forma y sacándole brillo. Y las declaraciones que vais a leer a continuación comenzaron con un debate en el grupo de Narrativa online sobre lo que para cada miembro había supuesto la tarea de revisión de dicho relato. Poco después de que comenzara ese diálogo me di cuenta de que lo que decían eran pequeñas joyas, lecciones magistrales extraídas de la experiencia personal, así que se me ocurrió la idea de recopilar los testimonios e incluirlos en el prólogo.
Ellos han vivido en carne propia cómo se ha fabricado este libro, y saben expresarlo en pocas palabras (como el título del libro indica). Es decir, con las palabras justas. Y de una forma visual, expresiva, metafórica. Se habla de que escribir es como una «borrachera», como jugar al «ajedrez» o hasta como una «cagada consistente» (según se mire), de que concebir la historia es un «embarazo» complicado, que el relato recién parido es un «hijo caótico, a la vez tan querido» y que revisar es como «tejer» un jersey para que «no se nos resfríe la criatura»; aunque es importante que, en algún momento, se dé una suerte de «desenamoramiento» de nuestro vástago. Pero… discúlpame, que lo estoy mezclando todo… Será mucho mejor que lo leas del puño y letra de los autores:
Un relato sobre Berlín, me gusta esta ciudad renacida de sus cenizas y siempre en reconstrucción, fuerte y decidida. Y de paso hablar del cine, mi pasión, de la Berlinale, de un desamor. Tiene que ser fácil y divertido.
El primer borrador me parece bonito como la idea de tener un hijo, luego llegan los análisis, las preocupaciones, algo no va bien, más pruebas, ecografías, revisiones, visita al ginecólogo, dieta, pesadez, malestar. ¿Cómo será? ¿Irá todo bien? Y si no me gusta, y si algo sale mal, y si no se parece a la idea que tenía de él o de ella.
Llega el día, está fuera y no puede volver a entrar. Le quiero igual.
Matilde Tricarico
Hablemos sobre el proceso de escritura de nuestros relatos. Pues un día, por fin, encontramos el hilo. Hemos buscado en las caras con las que nos cruzamos por la calle, en las noticias de los periódicos, en nuestro baúl de recuerdos y lecturas, en mil y un sitios. Luego tiramos de él hasta conseguir un ovillo y nos ponemos enseguida a tejer para que no se nos resfríe la criatura. Terminamos con calambres en los dedos, pero con la cara ruborizada de satisfacción. No nos engañemos. No tardamos mucho en notar que sobra una de las mangas, que está más largo por delante que por detrás y que hay bastantes puntos sueltos. Pero qué difícil es decidirse a dar el tirón para deshacer los puntos mal dados y meter la tijera. Coser la puntilla. Después de todo ese trabajo. Es un momento de oscuridad, en el que dan muchas ganas de hacer una pelota con el relato y encestarlo en la papelera. Pero una vez que nos enfrentamos al reto y volvemos la tela del revés, propiciamos un punto de giro en nuestra labor escritora. Crecemos, abrimos ojales. Y entonces vamos mirando todos los escaparates, revolvemos los cajones y las estanterías de la mercería para comprar caprichos a nuestro chiquitín: un adjetivo que conjunte, un cambio de orden que refuerce el entramado, un bonito parche para cubrir algún desgarrón… Me veo ahora en esa fase, sé que no ha terminado el proceso. Pero es la fase más luminosa la que me espera. Gracias a todos por haberme acompañado y aconsejado en este recorrido.
Belén Sáenz
Ya está, no le doy más vueltas. Lo relees y otra vez conjunciones chillonas, frases inconexas. Embotada, reconstruyes el puzzle. «Lo dejo estar». No puedes. Fase devoradora, letras y papel te abducen como agujeros negros del espacio/tiempo. Paseas, comes, y sigues gestando. Te sientes peón del lenguaje ansiando ser arquitecto. En ocasiones, osada, destruyes pilares, socavas el suelo de tu imaginación. Nublada la vista, descansas.
Vigésima lectura, hay partes de tu esencia y huecos. Te abruma, empalaga o hueles a rancio. Las burbujas te irritan, como un hijo caótico, a la vez tan querido. Respetas el proceso: gestación, expulsión, cuidado y fiiuuuu, sueltas. La criatura podría ser más bella. La creación es sin principio ni fin. Y aceptas.
Ángeles Carpio
Para mí el proceso de revisión ha sido fascinante. Lo digo completamente en serio. Comprobar que lo que uno quiere decir no es siempre lo que se entiende. Darme cuenta de cada pequeño matiz que me hacían ver y dejarlo reposar. Asimilar que es el lector el que decide si mis palabras son las apropiadas… ha sido toda una lección magistral.
Me han encantado las correcciones de Isa, con las que podía estar de acuerdo o no, pero que siempre, viéndolas con perspectiva, no solo me hacían recapacitar, sino aprender, aprender mucho, que es de lo que se trata.
Y con todos esos ingredientes…, coger el texto una y otra vez, un ratito cada día sin descansar ni uno solo. Una coma aquí, un adjetivo allá, todo esto que sobra aunque me parezca bonito… Me ha gustado mogollón.
Es cierto que en este proceso diario, al final sentía como una borrachera, un empacho de mi propio relato en el que ya no sabía si ciertamente me gustaba. Era el momento de dejarlo para el día siguiente. Y efectivamente, al día siguiente la digestión del primer bocado era más fácil, aunque al pasar las horas sin avanzar las hojas, la borrachera, o el empacho, se volvían a dar.
Tanto me ha gustado, que me gustaría no escribir ni un relato más. Coger todos los que tengo y hacer como con el que he elegido para publicar, triturarlo, hacerlo digerible, bucear en cada línea y encontrar una manera mejor para decir lo mismo. Por mi parte, me pegaría una gran parte del curso (de este o del que viene) solo corrigiendo, apoyándome en las notas que nos va poniendo Isa. Porque esa, para mí, ha sido la mejor de las teorías, donde he visto si he seguido la trama, si hay cocodrilo o no, si faltan adjetivos o sobran descripciones.
Vamos, que los comentarios que me hacían los compañeros y compañeras del grupo, con la guinda de los que hacía Isa, han sido el mejor de mis aprendizajes. Aunque también es cierto que he retocado tanto, que al final ya no sé si está bien.
Blanca Achón
Yo desconozco el proceso de revisión. Me pasa con la escritura como cuando mi intestino era joven y funcionaba correctamente. Mis cagadas eran consistentes, continuas y rotundas. Para bien y para mal, así construyo mis relatos. Me considero a medio hacer como cuentista; una verdadera diletante, en el sentido de que me deleito escribiendo, me voy, desaparezco y olvido mi alrededor. Este proceso se repite también cuando pinto.
PK (autora también de la ilustración de la portada de En pocas palabras)
Cuando le envié a Isa el relato por primera vez, sin que me diera cuenta, el cocodrilo de la autocomplacencia me tenía atrapado y me estaba arrastrando a su cubil. Entonces pensaba: ya veréis, seguro que se va a quedar flipada. Pero de eso nada. Llegaron los comentarios de Isa. Una cura de humildad liberadora que afortunadamente me procuró las armas necesarias para zafarme de la bestia. Es verdad que Isa puso patas arriba casi toda la trama, y que la expectativa de recomponerla con acierto me abrumó. ¡Qué pereza! Pero me sobrepuse y me enfrasqué en la tarea de poner el comienzo de la narración en el momento más conveniente de la historia, de rehacer toda la trama, de eliminar despiadadamente todo lo superfluo —fragmentos irrelevantes y redundancias fatales—, de darle más intención a los diálogos y al cabo de reajustar bien todas las tuercas. Una labor, contra todo pronóstico, apasionante y enriquecedora. Una experiencia inolvidable, un capital que, estoy seguro, me permitirá acometer nuevos relatos con bastante más pericia. Gracias, Isa.
José María Sánchez-Bustos
El proceso de revisión ha supuesto una experiencia de aprendizaje… algo difícil. Pero finalmente muy gratificante. El construir un relato que tenga cierta coherencia y un conflicto interesante es todo un reto. Si a esto le añades unos personajes que encarnen el amor, la ira, la rabia, la traición… que todos llevamos dentro, agrega aún más complejidad. Y que el lector perciba esto, es ya pura magia.
En mi caso, lo más complicado ha resultado vivir, durante la revisión, una fase de «desenamoramiento». Una vez que el relato existe y sus personajes parecen tener una historia propia, me enamoro de ellos, de sus rasgos, de sus particularidades. Por eso tengo una sensación algo rara cuando debo «sacrificar» algo de ellos, o algo que les sucede, en pro de una mayor claridad, sobriedad o desarrollo de la trama. Tras los comentarios recibidos (¡menos mal que estáis ahí!), he necesitado unos días de distanciamiento del texto para poder retomarlo más desapasionadamente. En la mayoría de los casos, lo que ha funcionado definitivamente ha sido el ejercicio de «podar». Eso ha logrado perfilar más la esencia de los personajes. Me pregunto, eso sí, si en el caso de haber podido disponer de más tiempo (imaginad un relato que es revisado durante seis meses), dónde podría haber llegado. Es decir, ¿hay un punto final en las revisiones?
En cualquier caso, la experiencia ha sido gratificante. Y el proceso ha resultado una buena experiencia.
Ana María Medina
Decía Ángel González:
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca).Y yo querría probar mis relatos igual que él, a la manera de los panaderos cuando prueban el pan. Pero no puedo. Y la idea gira y gira en mi mente, como la colada en la lavadora, esperando el orden correcto de las prendas que dibuje un arcoiris en la pantalla circular envuelta en agua, jabón e ideas inconexas. Y cuando crees que has dado en el clavo, que ya anda la ropa en su lugar, llega un centrifugado inoportuno, en forma de comentario o luz que se enciende, para que ese orden no valga, y haya que abrir de nuevo la puerta, y añadir o quitar prendas que no entonan en el lavado.
Lo que más me preocupa de la revisión es no perder lo que en un principio quería decir, y, sobre todo, el sentido del ritmo que cada relato me pide para sí mismo. Por eso a veces quito palabras (conjunciones, adverbios, preposiciones) que Isa me pide que coloque, por aquello de la corrección ortográfica, pero que me resisto a corregir. Cada frase, cada párrafo, tiene un ritmo y a veces no sé cómo llevarlo a un nivel consciente para el lector.
Cuando reviso, también, tengo presente un comentario del III Campeón del mundo de Ajedrez, el cubano José Raúl Capablanca. Él decía que cuando uno tiene una posición superior sobre el tablero, hay que quitar lo que sobra, para que quede exclusivamente aquello en lo que somos superiores al rival. Textualmente decía «quitar la hojarasca del tablero». Trato de hacerlo, lo que es más difícil es el ser objetivo, el que coincida lo que yo quiero que sobre con lo que el relato me pide sobrar. Imagino que es cuestión de veinte o treinta mil relatos escritos y revisados.
Luego están los personajes. Si revisas, si le prestas tiempo al relato, ellos acaban dialogando contigo y haciendo la mayor parte del trabajo. Al igual que en el ajedrez, perdonad mi insistencia, hay que hablar con la posición para saber lo que hay que hacer, al revisar un relato es muy útil conversar con el protagonista, dialogar con él hasta la madrugada, con un chocolate caliente que acomode el alma para la tertulia, y estar dispuesto a escuchar a nuestro mayor aliado en un relato.
Ahora debería revisar este texto. Ver si el conflicto está claro, y si el personaje lo transmite. Si su desenlace es coherente y se mantiene la intriga y la tensión narrativa durante el mismo. Pero no, no lo voy a revisar. Básicamente porque es un relato de final abierto, con un conflicto no resuelto y que no se resolverá jamás, espero. La incógnita será despejada muchos años después de que hayamos dejado de escribir. Para largo me lo fiáis.
Luis María Vieito
Ahí queda eso. Como ves, estos relatos que vas a comenzar a leer tienen una buena base. Y desde esa base tan firme, los autores y autoras ya se pueden permitir lanzarse en caída libre, claro que sí, porque tienen el suficiente coraje no solo para soportar el golpe, sino para convertirlo en estímulo y aprendizaje. Yo los felicito por ello, y espero que tú también lo hagas cuando acabes de leer el fruto de tanta dedicación y amor por el oficio.
Isabel Cañelles, Madrid, 30 de mayo de 2016
Si tú también quieres formarte como escritor te esperamos en nuestros talleres de narrativa.