Una amiga de la infancia ahora periodista y escritora famosa, Santa Di salvo, especialista en gastronomía me había regalado su libro “ la Cucina salvavita” y conociéndome me había animado no solo a leerlo sino a practicar.
Con el trabajo que tenía no podía dedicarme a la cocina, y mi suegra, tan amable ella, no paraba de recordármelo.
—Hija, de vez en cuando cocina algo, mi niño está acostumbrado a la cocina casera y tú solo compras platos preparados. Perdona hija, no quería ofenderte, solo era una sugerencia, no te lo tomes a mal.-
Así siempre, a días alternos. Nunca recibía respuesta solo — Lo siento, te tengo que dejar, hay mucho trabajo acumulado.
Aquel día era esencial, era el cumpleaños de mi marido y en vez de invitarme fuera a un restaurante, no se le había ocurrido mejor idea que aquella de invitar a su madre a comer con nosotros en casa.
Cogí el libro de mi amiga, parecían recetas fáciles, pero la mayoría de los ingredientes me faltaban y tendría que bajar a comprarlos. Por fin encontré la receta justa, “Tallarines con verduras”, tiempo :45 minutos, demasiados, pero dificultad: baja.
Tenia la pasta y las verduras:
1 Berenjena,
1 zanahoria
50gr guisantes
1 apio
1 puerro
1 calabacín y
Cebolla y ajo
¡Más sencillo imposible!
A veces pensaba que me había equivocado al casarme, la vida familiar no era para mí.
En una sartén puse el aceite y cuando se calentó añadí el ajo, la cebolla y el perejil picado. Saltó una gota y me quemó un dedo. Ya lo sabía yo, nada es fácil. Cuando la cebolla y el ajo cogieron color, eché el resto de las verduras cortadas en trocitos y los guisantes. Media hora, estaba escrito. Fui a hacer la cama y a quitar el polvo, ella era capaz de pasar el dedo sobre los muebles.
A veces pensaba que me había equivocado al casarme, la vida familiar no era para mí.
Cuando volví a la cocina las verduras se estaban pegando, añadí un `poco más de aceite y volví a leer la receta. Me había olvidado del vino blanco. Menos mal que quedaba un poco en el frigorífico. Lo eché y otra vez me salpicó el aceite.
Paciencia. Me dije a mí misma que era la primera y la ultima vez que invitaba a alguien a comer en mi casa.
La mesa que tenía como despacho era la única de la casa, tuve que quitar todos los libros, las hojas, los pisapapeles. Me acordé de que tenía que apagar el fuego. Justo a tiempo.
Qué fatiga y qué preocupación. Estaba agotada y aún no habían llegado.
De segundo plato pondría quesos variados y luego la tarta.
Mi suegra llegó antes, para controlarme:
—Querida, te acompaño a la cocina y te echo una mano.
—No, Amalia, por favor siéntate, te preparo un Martini como a ti te gusta.
—De verdad, no me importa, prefiero serte útil. Sé que es la primera vez que cocinas. Perdona hija, no quiero ofenderte.
Me mordí la lengua y escuché la llave girar en la cerradura:
—Mira, aquí llega Carlos, así os hacéis compañía. La comida estará en seguida. Todo vegano como te gusta a ti— y me fui corriendo a la cocina. Cerré la puerta.
¿Cuándo iba a poder librarme de ella?
Encendí el gas debajo de la cazuela llena de agua, le eché un puñado de sal y la tapé.
—Hola cariño, ¿necesitas ayuda? — Carlos había abierto la puerta.
—NO, es una sorpresa— y volví a cerrarla.
No me dejarían en paz. Había comprado unos tallarines frescos que se cocían en tres minutos.
Me bebí un vaso de vino blanco y esperé sentada.
Al sonido de las burbujas me levanté y eché medio kilo de tallarines, una bolsa entera, me daba igual. Puse el contador en marcha y encendí debajo de la sartén en la que estaban las verduras. Tres minutos eternos como el sonido del reloj. Cuando por fin pasaron apagué el fuego y me acerqué al lavabo para escurrirlos. Me había olvidado del escurridor. Lo cogí de prisa, la pasta no podía pasarse, así había leído. Las gafas se empañaron por el vapor, me alejé un poco y el resto de tallarines cayeron al suelo. Lancé un grito Dios mío.
Mi suegra gritaba — Cariño, ¿ha pasado algo?, ¿necesitas ayuda?
Necesito que te calles, pero no lo dije.
Recogí la pasta del suelo y volví a colocarla en la cazuela, luego eché la verdura y la calenté un segundo.
—Voy, no ha pasado nada.
Los dos estaban expectantes, mi suegra con una mirada inquisitoria. Rodeé la mesa y serví a los dos, luego me senté.
—Cariño, y ¿tú? — me preguntó Carlos
—Lo siento, esperando he picado unas almendras, comeré el segundo plato.
Mi suegra empezó a comer, concentrada, no podía imaginar lo que estaba pensando. Terminó el plato, levantó la cabeza y dijo:
—Querida, ves como no cuesta nada cocinar sano. Ya te lo decía yo.
1 comentario en «Tallarines con verduras»
Fantástico, querida Matilde. Y mañana pruebo tu receta.